El tren ya tendría que haber llegado. Sin embargo, desde el andén donde se encontraba, Marta no podía dejar de sonreír. Llamó a Carlos pero no contestaba. Se levantó del banco con impaciencia.  Ya eran casi las nueve. Quince minutos de retraso. Y Carlos sin contestar. 

La espera se volvió tensa, preocupante. En la estación de Santiago un murmullo comenzó a reverberar por las paredes, intensificándose a cada minuto. Marta se mordía las uñas sin perder su sonrisa. No puede ser nada. Los trenes son muy seguros. Un retraso, nada más.

De repente, un grito ensordecedor. Marta miró al fondo y observó a una mujer inclinándose y con el teléfono en la mano, transformando el grito en un angustioso llanto. El hombre que le acompañaba trató de incorporarla, pero otro grito obligó a la mujer a agacharse de nuevo. Parecía que la mujer estuviera vomitando su propia alma. Marta imaginó que solo la noticia de una muerte podría generar tanto dolor.

Marta, con la sonrisa congelada, volvió a llamar a Carlos. 

Por fin, alguien contestó el teléfono, pero no fue Carlos.

El veinticuatro de julio, a las nueve en punto, Marta perdió para siempre su sonrisa.

In Memoriam.

D.E.P.

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