El veinticuatro de mayo del dos mil nueve, el presidente Rafael Correa invitó a sus homólogos: Hugo Chávez de Venezuela y Evo Morales de Bolivia, para que honren con su presencia en la ceremonia de cambio de guardia en la Cima de la Libertad en Quito. En la ceremonia habían veinticuatro niños en una fila, pertenecientes a veinticuatro de las treinta y dos nacionalidades y pueblos indígenas del Ecuador, con lustrosos trajes típicos del pueblo y de la nacionalidad a la que representaban. Cada niño llevaba una bolsita con tierra, que representaba a cada una de las provincias del país.

Amauta, un niño de sólo ocho años perteneciente al pueblo Saraguro, veía todo el suceso desde el televisor que en la Casa Comunal de Tenta, el Teniente Político había puesto para todos. Uno a uno iban pasando los niños hasta donde se encontraban los presidentes y con toda solemnidad de la que un niño es capaz, saludaban a los mandatarios con besos y abrazos mientras algunos hombres bien trajeados y mujeres encopetadas no perdían el tiempo para tomarles fotografías. Luego, los niños, con ayuda de los mandatarios, iban depositando la tierra de la bolsita dentro de un cubo de vidrio que había sido preparado para el efecto.

El niño representante del pueblo Saraguro, era rubio igual que mayoría de los niños que ahí se encontraban. Tenía un hermoso traje típico, a la vista nuevo, y debajo de su sombrero brillaban sus hermosos ojos verdes. El niño Shuar, traía una peluca negra muy larga, sobre su cabello cobrizo.

Amauta los vio tan diferentes a los que había conocido toda su vida, y arrinconado en una esquina del lugar, detrás de la multitud, lloró. Lloró porque se había dado cuenta de que su pueblo, ante esas personas de traje y copete, no servían ni para representarse a sí mismos.

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