Me llamo Mohamed pero todo el mundo me llama Moha. Tengo dieciseis años y vivo en un pueblo a cuarenta kilómetros de Ceuta, España, el paraíso al que todo los jóvenes de mi pueblo queremos escapar. A un kilómetro de mi pueblo pasa la carretera que lleva a Ceuta, y apostada como un oasis en mitad de la  nada, entre dos cruces de carretera, se encuentra una de las últimas gasolineras antes de llegar a la frontera.

 Muchos días cuando no tenemos escuela y no tenemos que trabajar con nuestros padres, mis amigos y yo nos acercamos a la gasolinera a ver los grandes camiones que pasan por allí, muchos de ellos paran a repostar, y me quedo mirando los enormes remolques con palabras en español y marroquí, fotos de frutas, verduras o simplemente logotipos extraños.

 Nadie tiene futuro en esta tierra, todo los jóvenes queremos marchar a Europa, vemos en la televisión como se vive allí, como la gente gasta dinero en ropa, en video juegos, en grandes coches, como te cruzas con mujeres bellas y futbolistas millonarios, una tierra donde dicen que puedes hacerte rico fácilmente. Hace unos meses nuestros vecinos recibieron la visita de uno de sus sobrinos que vive en Madrid, trajo muchos regalos , llevaba ropa de marca y unas fabulosas Nike doradas. Yo sueño con unas Nike doradas como esas y en hacerme rico pronto, ahora miro mis sandalias sucias de tanto polvo y las odio, las odio con todas mis fuerzas. Voy caminando hacia la gasolinera, hoy voy a intentar colarme debajo de un camión que reposte y marcharme de esta tierra pobre. Hoy voy solo, si vengo acompañado por amigos es mas fácil que nos vean los conductores. Mis padres no saben nada, es imposible despedirte de ellos, al fin y al cabo nunca sabes cuando vas a poder colarte debajo del camión. Ya lo intenté una vez y el camionero reviso los eje, me cogió, me dio dos bofetadas y emprendí el camino de regreso a casa ¿cómo me voy a despedir de mis padre si es posible que esta noche vuelva?

No llevo nada, solo la ropa que llevo puesta, un monedero de cuero atado a la cintura con un cordón, algunos frutos secos y un papel con la dirección de un hostal donde dirigirme cuando llegue a Algeciras que me facilitó un amigo antes de que él se marchara debajo de un camión. A él se la dio un familiar que también se marchó, pero ha pasado un mes y no sé nada de mi amigo, eso es una buena señal, seguro que logro entrar y pronto nos encontraremos.

Colarse bajo los camiones es fácil, cuando repostan en la gasolinera y el camionero va a pagar, te colocas bajo el camión y te acomodas sobre los ejes, te agarras con fuerza a algún enganche y rezas para que el camionero sea perezoso y no eche un vistazo.

Estoy escondido tras una tapia cercana a la gasolinera. Llevo media hora y nada. Pronto veo parar un camión con matrícula española. En diez minutos habrá repostado, así que tengo que pensar bien cual puede ser el momento. Cuando veo al camionero dirigirse a pagar, salgo como una exhalación de detrás de la tapia y por la parte trasera del camión me introduzco arrastrando tras las dos ruedas traseras, miro un buen lugar para colocarme y me engancho al eje central apoyando los pies en un enganche de una de las ruedas traseras. Espero, porque lo único que me queda es esperar.

No oigo nada. No veo nada. A los pocos minutos un rugido ensordecedor me señala que el motor se está poniendo en marcha. Hoy me ha tocado uno de los camioneros perezosos. Nos ponemos en marcha y ahora solo veo las lineas de la carretera pasar rápidas por los laterales, lineas discontinuas y continuas, lineas que me llevan al paraíso. No tengo miedo a la frontera, no soy el primero ni el último en cruzar.  He rezado mucho para que pueda pasar, porque yo sé que no merecía nacer en esta tierra de miserias y sin ninguna oportunidad, he rezado para que mi camión pase desapercibido,  sé que en esta época van muchos camiones a España y la policía no puede revisar todos, he rezado para no tener miedo, muchos de nosotros es lo único que podemos hacer, rezar y desearnos suerte.

El camión ha parado, eso es señal de que estamos en la frontera, empiezo a sentir como se agarrotan los músculos, la posición es incómoda y se que aún me queda mucho tiempo para cruzar. Seguramente tendremos que esperar la cola de camiones, el calor empieza a ser intenso aquí abajo, sin el movimiento del camión el calor del asfalto, que hace poco minutos estaba expuesto al sol, sube hasta mi espalda. Empiezo a sudar por todo el cuerpo.

Sigo sin poder ver nada, solo el suelo, el ruido del motor tampoco me permite oír. Nos movemos lentamente, frenando y arrancando, pequeños pasos hacia mi nuevo destino, no puedo negar que el miedo se me empieza a instalar en el estómago y se expande a todo el cuerpo cuando veo unas botas negras andar alrededor del camión, sé que son de policía, y sé que son de policía español, dicen que los marroquíes casi nunca revisan los camiones que van hacia España, a ellos les da igual los que salgan del país. Por eso pienso que esas botas negras, limpias y brillantes, solo pueden ser de algún policía español, no dejo de seguirlas y me pego todo lo que puedo al eje como si con ello tuviera la posibilidad de hacerme invisible. El motor ahora está parado y oigo ruido de fondo, claxon, motores a lo lejos, y ladridos de perro… Oh no, me olvidé de los perros.

A nuestro pueblo llegaban rumores, historias de aquellos que intentaban pasar la frontera, nunca se sabe a ciencia cierta si son verdad, pero todos los chavales hablábamos de lo mismo. En una ocasión oí que los policías fronterizos utilizan perros para buscar drogas y también para oler a los inmigrantes que intentan colarse, grandes pastores alemanes preparados para olfatear los camiones y ladrar como posesos cuando encuentran algo, los rumores decían que si te encontraban los policías no te pegaban, simplemente te soltaban a los perros que se lanzaban furiosos contra las extremidades del cuerpo a morder la carne sudada.

Cómo he podido olvidarme de los perros. El miedo me atenaza, ni siquiera me deja pensar, mi histérico corazón bombea sangre a todo mi cuerpo a una gran velocidad, la noto en mi cabeza, bum bum, bum bum. El calor es insoportable aquí abajo, calor de miedo, y noto como salen las gotas de sudor por cada poro, sé que los perros me pueden oler. Embadurno una de mis manos con el aceite del eje de las ruedas, me mancho con grasa la cara, el pelo, los brazos, los pantalones, la camiseta, no puedo oler, no puedo oler, pienso. Vuelvo a ver la botas negras, al que le siguen otras botas negras, y veo las patas de un perro, no sé ni que raza será, el miedo no me deja pensar, todas mis fuerzas están dirigidas a aferrarme al eje, ni siquiera respiro cuando veo al perro husmear bajo el camión, es un perro grande y le es imposible entrar más adentro. Un minuto bajo el infierno, paralizado cuerpo y mente, yo no tendría que estar aquí, yo solo quiero vivir bien, como los que salen en televisión, yo solo quiero que algún día pueda ir a visitar a mis tíos y traerles regalos. No quiero que los perros me muerdan mis piernas y brazos, no quiero, no quiero. Cierro los ojos para poder salir de allí. Tengo tanto miedo que no puedo ni abrirlos. Y entonces el sonido del motor vuelve a rugir de nuevo, y noto como el camión se mueve, anda hacia delante. No puedo verlo, pero sé que estoy cruzando la frontera, sé que estoy en Ceuta.

La brisa del camión en marcha me refresca, todo me duele, mis músculos tensionados por el miedo se intentan relajar, vuelvo a ver las lineas continuas y discontinuas de la carretera, son iguales que las marroquíes, pero esta tierra no puede ser igual. El primer paso ya está dado, ahora tengo que intentar seguir aquí colgado hasta que nos subamos al barco que cruce el Estrecho. Adónde irá este camión, irá más hacía el norte, a Francia o Alemania. Ojalá pudiera quedarme aquí enganchado hasta el final, pero me quedan pocas fuerzas y solo pienso en meternos en el barco y tal vez poder apoyarme en el suelo y estirar un poco mi cuerpo.

Me acuerdo de mis padres, ¿cómo los podré localizar allí? Seguro que estarán esperando que vuelva a casa esta noche, mi madre llorará, mi padre llorará, pero algún día volveré con mucho dinero para sacarles de allí, pero no tendrán que ir debajo de un camión, ni tendrán que tener miedo de los mordisco de los perros, algún día volveré a por ellos con mis preciosas Nike doradas.

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