Empiezas poco a poco: no mandas cartas, únicamente correo electrónico; no archivas papeles, los documentos los tienes en pdf; no consultas los mamotretos de enciclopedias, ¿para qué? Si todo lo aprendes en Internet. Luego te entusiasmas con las redes sociales, la música en mp3, las fotos digitales, los libros virtuales, las películas en línea. Después ya no te basta con tenerlas en tu casa, las quieres contigo todo el tiempo, así empiezas a depender del portátil, de la tableta, del celular que lo tiene todo. Como cangrejos ermitaños cambiamos de aparato como cambiar de concha. Y como ellos, ya no podemos vivir sino metidos en ese caparazón.

Bueno, a mí me pasó. De pronto me vi inmersa en esta carrera loca por conseguir lo último porque lo de apenas ayer ya no bastaba. Y empecé a sentir los efectos. Primero fue el túnel carpiano y tuve que dejar de usar el computador porque no podía manejar el ratón. Luego todo el antebrazo inmóvil porque el más mínimo movimiento provocaba un dolor insoportable, diagnóstico: nervio inflamado por culpa de la almohadilla táctil del portátil. Así que empecé a usar más la tableta y el celular. Entonces comenzaron los dolores de cuello y espalda y el pulgar resentido. En ese punto ya no me importaba nada. Cambiaba de posición, hacía unos pocos ejercicios de estiramiento y seguía conectada. Me justificaba diciéndome a mí misma lo importante que era estar enterada de cómo va el mundo, pero poco a poco las noticias de Yahoo terminaron reemplazando a las de CNN. Es más, sólo me aguanto las que vienen en video, me aburre leer un artículo de más de un párrafo.

Me miento aduciendo la importancia de mantener el contacto con los amigos y la familia, pero en el fondo yo sé que sólo quiero ver cuántos “me gusta” conseguí con mi última foto estrenando bikini. Hasta he dejado de verme con mis amigos de siempre, porque ya no tengo tiempo. Es que pensándolo bien, dedicarle a un solo amigo una hora compartiendo un café es un desperdicio. En esa misma hora puedo mantener una conversación con cientos de amigos por Facebook y hasta podemos compartir fotos y videos. No importa que a veces nadie responda. O casi nunca. Mejor dicho, es un centenar de monólogos. Pero me tiene enganchada.

Antes disfrutaba la lectura, pero la verdad es que los últimos libros que presté en la biblioteca tuve que devolverlos vírgenes después de renovarlos hasta el límite y de limpiarles la gruesa capa de polvo inalterado. Ahora defiendo con ahínco los libros digitales, argumentando que los árboles y la ecología y la diversidad y bla, bla, bla. A nadie le confieso que los libros que bajo por internet sólo ocupan espacio en el disco duro, nunca han tenido la suerte de ocupar memoria RAM.

Ahora además, no puedo dejar de jugar con aplicaciones adictivas. Para esto no tengo excusa y me escondo de mi esposo y mis hijos. He llegado a fingirme enferma para que me dejen tranquila y en la soledad de mi cuarto entregarme al placer de disparar pájaros contra cerditos, qué degradación. Pero no me importa.

Hace un mes me retiré de mi trabajo. Les he dicho que debo quedarme en casa cuidando de mis hijos que aún están pequeños. Cristóbal todavía no lo sabe. Ya lo publiqué en Facebook, pero no lo ha visto. Bueno, él no ha abierto una cuenta, de hecho ni siquiera tiene celular. De malas, no es mi culpa. Así que me levanto temprano, me arreglo y salgo como solía, a tomar el bus a mi trabajo. Solo que ahora me desvío y entro en el café de la esquina y allí, con mi compañía virtual nos quedamos a jugar las horas, videamos los minutos, texteamos los segundos, y así. Sé que hay una montaña de ropa sucia y que nadie ha limpiado la casa en semanas. Sé que ya no hay leche ni pan, y que el dinero de reserva se agotó. Cristóbal no se entera de nada. Debería abrir una cuenta en Facebook. Quisiera poder mandarle un mensaje por Whatsapp para decírselo.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS

comments powered by Disqus