Tecnología nuestra que estás en el día a día, santificada fue tu llegada, venga a nosotros tu energía, hágase tu voluntad en todos y cada uno de los rincones de este mundo, danos hoy nuestra ración de cada día, perdona nuestras dudas hacia a ti, así como nosotros perdonamos a los que dudan, no nos dejes caer en la tentación de abandonarte, y líbranos de las palabras natural, empírico, rudimentario y primitivo. Amén.
Esta podía ser una oración para comenzar un día cualquiera destinada al Dios Tecnología, ese en el que pocos creen pero que TODOS siguen sin darse cuenta.
Me desperté como cada mañana al sonar mi despertador, no un aparato antiguo destinado única y exclusivamente a perturbarme el sueño cuando pido su acción, sino uno situado en mi teléfono móvil. Me prometí, después de diez minutos rezagado entre mis sábanas, que esa misma noche me acostaría una hora antes, y así no tendría ese sueño infernal que me acompañara como un bucle infinito hasta el final de la semana.
Me apresuré a “darme un agua” rápida, ya que una ducha podía poner en peligro mi continuidad en mi trabajo al día siguiente. Por suerte, algo he hecho bien, el día anterior entre “Whatsapp” y “Twitter” seleccioné la ropa que iba a ponerme esta mañana, lo cuál me ahorró exactamente un minuto y medio. Me calenté un vaso de leche, le acompañé con unos crispis y a la par que introducía la cuchara en mi boca, me ponía al día por un lado con las noticias matinales de la televisión y por otro con las opiniones de todo tipo de gente en mi teléfono móvil. Quise contar a alguno de mis contactos una información que acababan de dar, hablaban de “insomnio tecnológico”, donde un especialista en medicina del sueño aseguraba que utilizar elementos tecnológicos previamente a dormirnos afecta negativamente a la calidad del sueño, y recomendaba desconectar de todo ello al menos una hora antes de hacer descansar nuestro cuerpo, no obstante estaba a dos minutos de perder el autobús con destino Alcalá de Henares. Con la lengua por fuera logré subirme al autobús, donde el conductor me recibió con una sonrisa mecanizada que parecía decirme “Una noche movidita eh”. Sin más dilación me senté en mi asiento, y en lo que duraba el viaje me puse mis cascos y me relajé hasta casi entrar en un estado de felicidad somnolienta que acabó con un frenazo casi en seco provocado por un semáforo que cambiaba a rojo, y gracias al cuál probé el sabor del acolchado asiento de alante. “Insomnio Tecnológico” bramé sin darme cuenta, luego analicé mis palabras, recordando lo que había escuchado en aquella cadena de televisión. Si eso era cierto, yo sin duda era una víctima en toda regla de sus efectos.Baje del autobús pies en polvorosa, pisando los bordillos construidos por el hombre. El camino que me quedaba era de balsosas, ¿Cómo han llegado hasta ahí esas balsosas? ¿Qué había debajo de ellas?, ¿A qué sustituyeron?, ¿Por qué me hago estas preguntas si desconozco la respuesta y no creo que nadie pueda ayudarme en este momento?, ¿Me estaba volviendo loco o era ese insomnio tecnológico del que hablaban?
Durante las próximas ocho horas, me tocaba estar encerrado en una oficina frente a un ordenador con tan sólo veinte minutos para comer, a la par que echaba un vistazo a quién me había escrito en mi móvil. Cuando dieron por fin las cinco de la tarde me dispuse a realizar exactamente el mismo camino pero rumbo a mi casa. Comí, o mejor dicho engullí el plato de lentejas que mi madre me había preparado, y me marché a mi habitación con el objetivo de dormir una media hora. No logré conciliar el sueño, y me puse a jugar con el móvil. Alguna que otra cabezada pero sin resultado alguno, o sí, estaba peor de lo que me había acostado. Enfadado con el mundo me dispuse a desconectar un poco, y me fui al gimnasio, a correr un poco en la cinta. No llevaba ni media hora cuando con mis cascos puestos, resbalé y me di de bruces con el suelo. No era mi día, me trajeron agua e incluso un bollo relleno de nata, pero yo sólo podía pensar en una cosa…Insomnio tecnológico. Me fui a casa, me dí una buena ducha, cené y comencé a pensar en que por más que tratara de alejarme de la tecnología, ella de un modo u otro volvería, ya que está presente en cada paso que damos, es buena o mala según el uso que hagamos de ella. En lugar de resignarme, llamé a mi padre, nos sentamo cada uno en una silla uno enfrente del otro y jugamos una partida de ajedrez antes de dormir. Sí, eso sí es desconectar.
No podemos huir de la tecnología, pero si frenarla.
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