Su matrimonio se agota, se resquebraja. 

 

Hoy  se ha dado cuenta de que no comprende la diferencia entre amar y querer, y sin embargo,  es feliz.  Ha  encontrado un montón de amigos que le escriben whatsapp, miles de chascarrillos ya usados, pero que le hacen vivir al pilpil de su sonar.

 

Sus hijos corren asilvestrados; los va perdiendo, se alejan  y cuando paran se atrincheran  en cualquier máquina, pero no importa, importa que puede comunicarse con todos aquellos rostros que acaba de conocer, que vio una vez, que le dieron su teléfono, su cara, su sonrisa, sus chistes malos, que la nombraron madre del año, mujer perfecta y que a ella como a otras diez devotas auguraron felicidad eterna tan solo con copiar, enviar  e involucrar a  otras tantas infelices que crean que su vida va a cambiar a golpe de click.

 

Ella no era nadie hasta tener whatsapp. Ahora tiene un aliciente al despertar. Ese bocadillo verde al lado izquierdo de la pantalla le da suficiente motivo para comenzar el día justo donde lo dejó, con conversaciones abiertas, con iconos de besos que nunca se han dado. 

Nunca había escrito tanto, no le importa la ortografía, todo vale, basta el ir y venir fluido de mensajes con presentaciones intercaladas llenas de buenos propósitos y lecciones de vida.  El predictivo le da opción a decir palabras que no imaginó y con mezcla de vergüenza y carita sonrojada, se ríe, se disculpa y ya tiene un motivo más para alargar ese diálogo a dos bandas, quizás a tres o cuatro, quién sabe. 

Irrumpen en su vida caras que tenia olvidadas y su estado es motivo para interactuar como nunca consiguió el teléfono, ni la calle, ni el café, ni el recuerdo. Ahora están en Cuenca, o en Huelva,  otros tienen tres hijos, – qué grandes, ya- hay quien se besuquea en la foto indicando que tiene pareja. Eso, “elijamos la foto”,  piensa, la que muestra mi mejor cara, o mejor de cuerpo entero para que nadie dude  cómo me conservo y siempre, que siempre muestre el mensaje de “en línea”, sin mostrar cuál es su línea, ahora extraviada, ahora perdida, ahora sin rumbo y solitaria. 

El nuevo móvil  ha suplido la felicidad que estaba perdiendo con el paso de los años.  Le ilusiona fotografiar cada instante cuán top para compartirlo a veces incluso con quien tiene a un par de palmos. Nunca le gustó hacer fotos, pero estas no son fotos, estos son testimonios de supervivencia, fes de vidas en tiempo real. 

Todo  lo guarda, la filosofía de andar por casa, sus secretos, su voz desafinada en un concierto en el que ya no ondean los mecheros sino los móviles de última generación, que captan los ruidos más abruptos y las voces más desagarradas. 

Cuando no sabe qué decir siempre hay un icono para definir su estado o para invitar a hablar: que si café, que si un besito con labios, que si llueve, que si lloro, que si río… la vida es mucho más sencilla desde que existe la combinación jeroglífica que acompaña las conversaciones y acorta las distancias. 

Le gusta estar y no estar. ¿Quién le exige contestar? Este es el truco. Hablo si quiero porque es gratis, callo si quiero porque juego al escondite de no estoy pero estoy, te leo pero te dejo para más tarde o te mantengo en silencio porque tengo el cartel de no molestar.  Esta es la clave: no exijo que nadie esté, solo he de buscar a quien esté. 

Lanza conversaciones a pares para que el tiempo no se quede mudo, para que pasen los minutos como las pantallas y así venga la noche y haga la ronda serena de buenas noches a todos sus contactos, grupos varios y amigos del mundo virtual con quien ha cruzado la esencia de su día,  vacía y hueca, de una  vida a la que no se quiere asomar. 

No todo está perdido. Apuesto por poner remedio, tiene que salir de esa medianía en la que se deja ir. 

Me rindo,  tengo que hablar en su idioma, quiero mostrar que estoy, que no quiero ser testigo de esta adicción absurda que enmascara su fracaso.

Le mando un whatsapp, le digo que puede contar conmigo. Me manda un pulgar hacia arriba.  Me echo a llorar, tantos años leyendo a Benedetti para tirar por la borda en décimas de segundo todos los versos andados.

Aborto el intento de explicar la diferencia entre querer y amar.  Abandono por hoy, voy a estudiar la lista de iconos para dar con la fórmula que clarifique que la quiero y que quisiera que algún día se sintiera amada, pero no por whatsapp, sino de verdad   

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