Cuando Elena salió de casa le dio un beso y le recomendó: “No abras la puerta a nadie. Si necesitas algo me llamas al móvil.”

Era la rutina de siempre. Como cada día Mila  asintió distraída mientras miraba la tele, a la vez que leía sentada en el sillón.

Sin embargo hoy era diferente. Elena tenía turno tres a once, lo que le dejaba a Mila por delante toda la tarde libre. Y ella tenía sus planes.

Se dirigió a su habitación. Estaba nerviosa. Sacó del armario el vestido negro que se había comprado para la ocasión. Tenía un bonito escote, discreto, pero elegante. El tejido imitaba a la seda, aunque por el precio estaba claro que no lo era. Pero ella sabía que le sentaba muy bien. Lo dejó colocado sobre la cama, y rebuscó en el joyero para encontrar unos pendientes y un colgante que coordinasen con el vestido.  Cuando todo estuvo preparado, miró el reloj, impaciente. Las cuatro de la tarde. Aún quedaban dos horas.

———

Lucas hubiese dado su brazo por un cigarro. Pero lo había dejado hacía casi un año, y no podía volver a recaer. Además ella no se lo hubiese perdonado nunca. Tenía ganas de volver a verla. A su familia no le hacía ninguna gracia, pero él ya era mayorcito para hacerles caso. Era un poco mayor que él, cinco años, pero no era la diferencia de edad lo que les molestaba. “ A saber lo que busca contigo, ten cuidado, que tú te ilusionas enseguida, ya viste lo que pasó la última vez”.

La última vez no era igual que esta, pensó. Esta vez era la definitiva. Miró el reloj nervioso. Eran las cinco de la tarde. Estaba sólo en casa, así que no tenía por qué disimular . Encendió el portátil y volvió a comprobar por enésima vez que la conexión a internet funcionaba. Le hubiese gustado que Manuel estuviese en casa, por si acaso surgía algún problema. Pero aún no había salido de clase. Le había prometido estar en allí a las seis en punto para ayudarle, pero no estaba muy seguro de que cumpliese con su palabra.

——

Mila llevaba ya casi una hora delante del espejo intentando hacerse un peinado decente. Normalmente no le prestaba demasiada atención a su aspecto. Sólo iba a la peluquería para cortarse el pelo.  Odiaba pasar allí las horas oyendo conversaciones intrascendentes, prefería quedarse leyendo en su habitación. Pero hoy le interesaba arreglarse. Incluso estaba dispuesta a maquillarse. Tenía una cita. Hacía ya más de dos semanas que no se veían y esta era la única forma de encontrarse por el momento. Elena no sabía nada, ni tenía por qué saberlo. En unas semanas podrían volver a verse y entonces dejaría claras las cosas en casa. No era una niña para andar escondiéndose.

——

Manuel llegó a casa a las seis menos diez. Lucas estaba muy nervioso. Movió la pierna derecha con la ayuda de sus manos: la tenía escayolada hasta el muslo, y le resultaba muy difícil moverse. Se incorporó con dificultad con la ayuda de las muletas que tenía apoyadas contra el brazo del sofá. Manuel le ayudó a levantarse y se adelantó a su habitación para conectar el portátil.

–  Vaya, ya lo habías encendido tú. Tienes ganas de verla, ¿eh, chaval?

–  No lo sabes bien. Llevo dos semanas metido en casa con la dichosa escayola. No habré estropeado nada, ¿no? Sólo lo he encendido, y me he conectado un momento a internet, para ver si todo funcionaba.

–  Todo está bien, no te preocupes. Eres un buen alumno. Ahora siéntate aquí, y mira a ver si puedes colocar la pierna encima de este cojín. ¿Cómodo?

Lucas carraspeó nervioso. – Manuel – pidió- ¿no le contarás nada a tus padres, ¿verdad?

–  Tranquilo, soy una tumba. No van a enterarse de nada.

——

Mila llamó a la puerta antes de entrar. Clara estaba tumbada en la cama, leyendo su nuevo “libro favorito”.

–  Cariño, ya casi es la hora. ¿Puedes venir a ayudarme?

–  Vale. Termino el párrafo y voy. ¿Ya son las seis?

Mila ya tenía el ordenador conectado y activado el Skype para establecer la videollamada. Las clases de Clara habían dado sus frutos. A todos les había extrañado su repentino interés por la informática, pero nadie se había preocupado demasiado.

–  Me parece bien que te intereses por cosas nuevas, – había comentado Elena. – Pero cuidado, a ver dónde te metes.

Clara comprobó que todo estaba bien. – “¿Vas a llamar tú, o llama él? – le preguntó.

–  Llamará él, – contestó Mila.- Es muy tradicional.

Se colocó el pelo y se estiró el vestido negro. Se había maquillado un poco, en la pantalla quedaba bien algo de color.

–  Estás preciosa, abuela,  – comentó Clara. – Si necesitas algo, me llamas.

——

Lucas siguió las instrucciones de su nieto Manuel. El rostro de Mila apareció en la pantalla.

–  ¡Ya era hora! Creía que no iba a volver a verte – comentó coqueta.

–  Ya sabes que no puedo salir de casa sólo. ¡Y cualquiera les dice a mis hijos que quiero quedar contigo!

Manuel salió de la habitación discretamente, dejando a su abuelo a solas.  ¡Qué leches! El viejo también tenía derecho a tener una novia. ¡Y no tenía mala pinta la abuelastra!

 

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