̶  ¡Eres una maldita golfa mal parida! Vas a conseguir que sea el hazmerreír de todo el pueblo y si haces eso… ¡TE MATO! ¡TE JURO POR DIOS QUE TE MATO!

El que gritaba como si le fuera la vida en ello era Paco, un albañil en paro de cuarenta y siete años, con desdichado presente y peor futuro. Su mujer, frente a él, se tiraba de los pelos en un ataque incontrolable de ansiedad ante los reproches de este.

̶ ¡Eres un cerdo, Paco! Me has arruinado la vida, me has humillado, y me dices que te soy infiel… Eres una bestia, una alimaña sin sentimientos. Solo buscas una mujer para que te lave, te planche y te de de comer. ¡Eres lo peor del mal!  ̶  Y, tras decir esto, saltó de la silla con los ojos inyectados en sangre y abandonó la sala maldiciendo la raza de su marido, pateando muebles a su paso y haciendo crujir la puerta con un portazo.

-¡Maldita! ¡Me vas a joder la vida!

Y, mientras mesaba sus cabellos con enfermiza repetición, deslizó su mano dentro del bolsillo de sus pantalones para extraer ese pequeño tesoro tecnológico en que había invertido buena parte de sus ahorros, esa ventana de aire fresco que le permitía respirar y evadirse de la penosa rutina en que se había convertido su vida… ¡Su Iphone!

Abrió su aplicación de chat y vio con alegría cómo esa Azucena, que encendía sus pasiones y le evadía de la asquerosa realidad de su mujer, estaba online.

-“Quiero verte”, escribió. “No sabes las ganas que tengo de verte, abrazarte y hacerte el amor… eres lo más maravilloso que ha ocurrido en mi vida en los últimos cuarenta años”.

-“Yo también necesito verte, ya no soporto más al vago de mi marido. Ni busca trabajo, pasa todo el día en casa sin hacerme caso, tratándome como a una esclava”.

-“Si yo tuviera una mujer como tú, la tendría como una reina, todo el día en la peluquería poniéndose guapa para que, al llegar la noche, suelte su melena de pelo liso y hagamos el amor hasta que se vuelva rizada, ja, ja, ja…”

-“Ji, ji, ji… Eres un picarón, pero… me gustas. Sabes cómo tratar a una mujer. Cuando hablo contigo me siento como una princesa”

-“ ¡Eres una princesa!”

-“Mira”, dijo pensativo, “Me arreglo y, si te parece, quedamos en la puerta de la Mallorquina, en Sol. ¿Qué mejor sitio para quedar con un bombón?”

-“¿No tienes que cenar con tu mujer?”

-“No. Y no tengo ningún interés, se pasa el día chateando y solo sabe hacer sopas de sobre”.

-“Yo te haría lo que tú quisieras. Me encantaría estar horas en la cocina y que un hombre tan macho como tú me diera el postre mientras le preparo el primer plato”.

-“¡Uff! ¡Cómo me pones! Eres increíble. ¿A las nueve?”

-“Perfecto, tigre, allí estaré. Con un vestido rojo”.

-“¡Genial! Llevaré flores. Besos”.

El galán cerró su aplicación, corrió escaleras arriba y, mientras canturreaba una canción, se cruzó con Isabel, la que, sorprendida por su repentino cambio de humor, le dijo:  ̶ ¿Ya se le ha pasado la mala leche al señor?

¡Cállate! Sigue con tus gilipolleces y frases amorosas en Facebook y a mí no me dirijas la palabra, que no te agrega de amiga ni los del psiquiátrico donde va tu madre.

¡MALDITO BASTARDO! ̶ gritó ella mientras tornaba a su habitación profiriendo improperios contra el orco de su marido.

Paco desnudó su cuerpo dejando desbordar su colosal barriga de príncipe de chat enamorado y se introdujo en la ducha al son de tarareos de canciones con letra olvidada y recuerdos lejanos de Julio Iglesias. Derrochó gel, lavó pelo y dientes a conciencia, resbaló media docena de veces al intentar salir, consiguió secar su cuerpo con numerosas toallas y terminó de dar forma al “corral de su calva” con secador y gomina.

Se sentía arrebatador, así que se puso el “traje de los triunfadores” y, envolviendo su persona en un halo de perfume misterioso, avanzó hacía la puerta mientras gritaba: ­ ̶  ¡CENA CON TU MADRE, QUE ES LA ÚNICA QUE TE AGUANTA!

Salió a la calle silbando una melodía y corrió a la floristería a por cien eurazos de flores variadas, para sentirse armado y poder enfrentarse al dragón que separa a la princesa de su habitación.

Estiró un poquito más la cartera y cogió un taxi, de ese modo evitaría dañar las flores. Azucena era una mujer refinada y había que seducirla como se merecía

Llegó casi media hora antes. No paraba de dar vueltas mientras se recolocaba la ropa. Imaginaba como sería, con su vestido rojo, elegante, guapa, sensual… Le sudaban las manos solo de pensarlo.

De pronto, paró un taxi junto a la acera.

En la semioscuridad de la noche vio como se abría la puerta del coche y una delicada pierna, delgada y seductora, que terminaba en un precioso vestido rojo, se deslizaba hasta el bordillo.

Paco se abalanzó hacia el taxi enarbolando las flores, mientras ella, sonriente, buscaba con ojos anhelantes la sonrisa cómplice de su príncipe enamorado.

A medio camino, frenó en seco de repente, como si un rayo hubiera sesgado todo rastro de vida sobre su cuerpo.

̶  ¿Fran? –dijo ella mientras sus labios tornaban la sonrisa en un agrio gesto de pavor.

̶  ¿Azucena? – gimió él.

Isabel huyó sobre sus pasos y, cual Cenicienta ante la imagen de su carroza convertida en calabaza, volvió a subirse al taxi mientras gritaba y lloraba desolada: – ¡Me cago en Windows, en los chats y en los príncipes de mierda!

Esa noche de primavera los pajarillos iban a dormir, mientras las ilusiones de una princesa eran atacadas por un virus informático… Paco, el albañil, el terror de las páginas de contactos.

Pero no hay noche sin día, y, al amanecer, de puntillas sobre la tarima del pasillo, Paco abre la puerta de la habitación con suavidad y se desliza sigiloso hasta el interior de la cama donde Isabel descansa.

La abraza suavemente por detrás, mientras oprime su cuerpo incandescente contra el de ella.

̶  ¿Sabes una cosa princesa? Si la sosita de Azucena era capaz de ponerme de esa manera… ¿Qué no conseguirá una mujer como tú? ¡Mmm!

Ella giró su cuerpo frotándose con él y, tras darle un delicado beso lascivo, dijo con voz inocente:

 ̶  ¿Eres mi tigre? ¿Me vas a comer?

-¡Grrrr!

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