El gesto en el rostro de Karen dejaba muy en claro la opinión que ya se había formado de lo que Julio quería decirle, aun cuando no había articulado palabra alguna. El ruido agudo, largo y molesto que soltó antes de abrir (peor aun, abrir sin tocar) la puerta de la habitación de Karen la había puesto sobre aviso de lo poco placentera o interesante platica que se acercaba.
Giró su silla para confrontar a su hermano. Sin duda venia de la calle, muchos metros abajo. El sudor en su rostro lo delataba. Era un largo tramo de escaleras. No podía recordar si era el decimo piso o el noveno, pero si que el costo de su seguridad era el esfuerzo extra para llegar a casa, y si Julio había llegado casi muerto, sudando con cinco grados centígrados de temperatura en el exterior, era claro que subió corriendo, emocionado posiblemente, por nada, según los parámetros de su hermana.
Un tremor se hizo sentir suavemente. Réplica de algún edificio derrumbándose cerca. Suficientemente cerca y fuerte para que el lugar se meciera levemente. Karen se puso de pie y se acerco a Julio. Era casi de su estatura, pero el aun era un muchacho y ella ya peinaba al menos un par de canas. Este extendió su mano y le entregó un objeto cuadrado de plástico, con cables en sus dos extremos. Habían logrado hacer funcionar el generador eléctrico en el sótano del edificio, pero no había mucho mas que lámparas en aquel apartamento.  Hacia tiempo que cocinaban con leña y las comunicaciones habían muerto. Pero lo que llevaba Julio en sus manos era providencial.
Karen sintió el peso en su mano y, como movida por un resorte, lo lanzo al colchón tirado en el suelo, a un par de metros de donde estaba. Avanzo hacia el gabinete tras la mesa en la que estaba sentada cuando Julio llego. Por primera vez en el día una sonrisa le cruzaba por el rostro. Julio ni siquiera podía recordarla sonriendo, pero lo hacía al rebuscar entre las cosas de aquel gabinete, pensando en todo el mundo de posibilidades que se abría ante ella, ante el, ante todos los que vivían ahí pero no se encontraban en ese momento. Tomo los DVD y los CD y la portátil. Tenía desde el colapso sin acceso a un adaptador de corriente y, ahora, las lágrimas de emoción la cegaban. Después de meses podría ver una película o escuchar un disco. Pensaba en eso mientras conectaba el pequeño enchufe a la portátil. Tomo el otro extremo. Lo miro. Lo dejo.
La clavija era para un tomacorriente ingles.

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