Querido hijo

  Soy tu padre y te escribo desde 2013, en un iphone 4s, mientras tú estás flotando en la barriga de mamá. No vas a poder leer esta carta hasta dentro de unos 20 años, seguramente se perderá, porque soy tan friki de la tecnología que en lugar de usar un bolígrafo, papel y meterlo en un sobre, te estoy escribiendo un email.

  Hoy he sabido que eres niño, Charly, y al saberlo te he visto en mi imaginación. Te has perdido una época que corre el peligro de acabar. Hay cosas que se están perdiendo por culpa de la tecnología y te escribo esto para que las recuerdes siempre.

  Sé que llegas mientras el futuro del país es mucho más negro que su pasado. Es un mundo peor que cuando yo nací y quiero pensar que no es culpa mía. Quisiera equivocarme y que en diez años podamos decir que superamos este bache, pero hoy la gente es desahuciada incluso después de pagar sus hipotecas —por avalar a sus hijos—, el gobierno no arregla las cosas— más bien preferimos que no haga nada—, los jóvenes se acumulan en el caos de no haber estudiado y no tener trabajo—los que no tienen posibilidad de irse al extranjero— y temo que cuando tengas dieciocho estaremos igual o peor.

  Recuerda siempre que por mucho que avance la tecnología y el conocimiento humano, lo único que nos hace mejores es la caridad. Frente al paro la gente ha aprendido a trabajar a cambio de otros favores, a intercambiar en lugar de comprar, a escatimar y no derrochar, a levantarse y gritar contra las injusticias en lugar de verlas en una televisión full HD 3D nanoLed, sentados en el sofá. Este país está despertando gracias a los problemas pero tenemos un enemigo demasiado poderoso: Las hipotecas aliadas con el brutal paro.

  Eres un milagro que ni la ciencia con todos los médicos del mundo puede explicar. Durante dos años mamá no ovulaba y de repente lo hizo. Nadie sabía por qué. «La cigüeña te trajo», te explicaremos, lo cierto es que nos fuimos a vivir a un pueblo lejos de Madrid donde había dos cigüeñas y no tardaste ni un mes en anunciar tu llegada. La ciencia explica muchas cosas, que un ovulo es fecundado, que se pega al útero…, pero tú viniste cuando escuchamos por primera vez en nuestras vidas el peculiar crototeo de las cigüeñas.

  Es una pena que los ginecólogos no tengan tantas ganas de verte como mamá y yo, ya que llevas aquí desde septiembre de 2012 y las únicas fotos tuyas que tenemos son mediciones de tu cabeza y órganos internos, lo que nunca podríamos tener sin los avances tecnológicos. Es curioso, antes de las ecografías las mujeres embarazadas eran tratadas como algo sagrado, un milagro andante, e interrumpir un embarazo era un crimen. Ahora que la gente puede ver a sus bebés, la mayoría no cree que haya una persona dentro; paradojas de este mundo tan extraño. Es un ejemplo claro de lo que nos trae de regalo la «diosa tecnología»: Ojos que ven, corazón que no siente.

  Quiero decirte que las cosas se hacen de distinta manera a cuando yo nací, algunas hoy son más fáciles.

  Otras más difíciles.

  Pero ciertas es imposible saberlo. Por ejemplo antes se memorizaban los números de teléfono de hasta treinta personas. Hoy día nos aprendemos el nuestro y, con suerte, el de nuestra mujer, y es porque ahora tocas un número, buscas un nombre y ya estás llamando. Sin embargo mis padres nunca aprenderán a hacer algo tan sencillo y yo no podré memorizar tantos números.

  Los aparatos ultramodernos y la nueva tendencia de adorar a los científicos por sus continuos avances se están llevando por delante cosas que tenían magia.

  Con tanto email o mensaje en el móvil, el mundo está matando maravillas como el correo ordinario, el sobre y el papel, esperar a que llegue el cartero y salir corriendo a ver qué ha traído. No se puede demostrar científicamente lo feliz que me sentía al ver en el buzón una carta. Cuando tu madre me escribía el sobre venía lleno de stickers con corazones, olía como ella y su letra, tan perfecta y redondeada, me daba a entender el gran cariño con el que me escribía hasta cinco folios por las dos caras. Dime si alguna vez un email te decía tanto, sin decir nada.

  Tendrás cuarenta años más que yo para descubrir hasta qué punto nos sorprenderá la tecnología, pero estoy seguro de que en ese tiempo vas a descubrir que las máquinas están muertas y el que las usa demasiado olvidándose de todo lo demás termina como ellas.

  Estaré a tu lado y tú, cuando tengas edad de leer esto, puede que te marches lejos y te veamos por la televisión gracias a Internet. Es posible que en pantallas tan grandes como una pared y en 3D.

  Entonces entenderás que ningún avance tecnológico puede sustituir la cercanía de los tuyos. Aunque es innegable que consiguen que nos sintamos un poco más cerca.

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