Contra todo pronóstico, los expertos fallaron y el asteroide se estrelló contra la Tierra el 15 de febrero.

Las consecuencias resultaron catastróficas, no sólo por el número de víctimas, que fueron incontables, sino porque las comunicaciones se vieron total e irremediablemente interrumpidas. La electricidad, el teléfono, los ordenadores… Cundió el caos.

Pero allá, en lo más profundo de Australia, en el fondo de una cueva y a la luz de una candela, un anciano contaba a los niños de su pueblo que estamos aquí de paso, y que algún día voleremos a casa.

La red social se reiniciaba en aquel pequeño grupo perdido.

El Dios Tecnología había resultado ser sólo un dióscuro.

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