Son más de las dos de la madrugada. El silencio que reina en la casa solo se ve turbado por el agradable sonido que producen las teclas de mi portátil al ser pulsadas. Me relaja la melodía que van creando.
En un mundo que se ha convertido en un lugar en el que vives para trabajar, en el que tus hijos son criados por perfectos desconocidos fuera de su hogar, en el que apenas queda un minuto de tiempo libre, a estas horas, sonrío mientras chateo con un amigo al que me une un nuevo concepto de amistad. No crecí con él, ni le conozco del instituto. No es hijo de unos amigos de mis padres, ni amigo de unos amigos; nunca hemos compartido espacio físico, solo virtual, pero es mi amigo. O eso creo, porque en realidad no le puedo tocar. No he escuchado su voz ni le he visto sonreír. ¿Existe de verdad?
De repente, desaparece la tenue luz que desprende la lámpara de pie que me arropa. Dejo de oír el motor de la bomba de calor del aire acondicionado. Descubro en la barra de tareas que el portátil se mantiene encendido gracias a la batería. Me asomo a la ventana y constato que la ciudad está sumida en la oscuridad. Otro apagón general; a saber cuánto durará. La última vez tardaron horas en arreglarlo, y teniendo en cuenta la hora que es, es fácil que la avería vaya para largo.
Cojo mi bata, y me siento de nuevo frente al portátil. Mientras continúo «hablando» con mi amigo, aprovecho para ponerme al día de los últimos tweets enviados por la gente a la que sigo; no conozco ni a uno solo de ellos, pero dicen cosas muy interesantes. Me aportan mucho más que mis amigos de siempre, a los que por cierto, hace mucho que no veo. Puede que tenga algún e-mail de alguno de ellos, o que hayan colgado alguna foto en facebook.
Los colores de la pantalla se descontrolan. Siento un mareo; un sudor helado recorre mi cuerpo y me asombro al comprobar que la pantalla me absorbe. De repente, como empujada por una fuerza invisible, aparezco en un lugar plagado de habitáculos, cada uno de los cuales está representado por uno de mis amigos; tiene que haber por lo menos cuatrocientos. Me sorprendo al darme cuenta de que se trata de una especie de facebook , pero es real, puedo palparlo. Me sorprendo, pero me divierte. ¿Estoy soñando? Recorro todo ese lugar, pulsando manivelas, haciendo comentarios, interactuando con aquellos que están activos en ese momento.
Llevo horas aquí, y ya no resulta tan divertido, hay mucha gente a la que apenas conozco, me siento extraña entre ellos, quiero encontrar el camino de vuelta.
Llego a los confines de esta especie de ciudad, y una nueva se muestra ante mí. Pájaros azules sobrevuelan las cabezas de la gente. Está llena de rostros conocidos. Les hablo, les pregunto cómo puedo regresar al lugar del que procedo, pero no me contestan; me ignoran completamente. Me siento mal, me siento pequeña. No entiendo qué era lo que me gustaba de aquel lugar cuando lo visitaba con mi portátil, ahora no parece tener sentido.
Me quiero ir, quiero volver a casa, comienzo a sentir una desagradable angustia que me provoca ganas de llorar. Deseo salir de aquí, pero no puedo.
Viene más gente. No les conozco. Me observan fijamente, me analizan, me asustan. Me siento sola en su compañía. Quiero dejar atrás todos estos ojos que me persiguen, que me juzgan sin conocerme. Quiero estar en mi casa, volver a mi trabajo, tomarme un café en el bar de enfrente. ¿Dónde están mis padres? ¿Dónde está mi familia? ¿Y mis amigos? Les echo de menos. ¿Hace cuánto que no disfruto de una charla con ellos? ¿Cuándo fue la última vez que me dieron un abrazo? ¿Cuánto tiempo ha pasado desde mi último beso? Quiero tocarlos, sentirlos. Ya no siento nada.
Noto un frío intenso que me provoca un escalofrío. Me incorporo de repente, inquieta y asustada. Asimilo lentamente lo que veo: la pantalla del ordenador, que me observa, con todas esas páginas abiertas. Me siento aturdida, mi corazón recobra poco a poco la compostura. Leo la despedida de mi amigo: «¿Te has vuelto a quedar dormida sobre el escritorio? Mañana me cuentas lo que has soñado ;-). Hablamos, un abrazo».
Tiene que haber sido un sueño, pero era tan real… Estoy muy cansada, definitivamente es hora de apagar el portátil. Quizá por más tiempo del que suele ser habitual.
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