Apenas he puesto los pies sobre la alfombra y ya siento en la cara la tibieza de los primeros destellos del  sol.  Su calor me anima. Hoy cumplo 60 años, un cumpleaños redondo. Me viene a la mente esa canción…”me siento bien….”  Y enseguida deseo continuar con mi rutina, tan agradable por otra parte, en este ambiente primaveral. Hoy correré 10 Km.

Voy hasta el frigorífico. La pantalla me indica que debo de reponer las tabletas energéticas; lo programo para mañana. Me preparo la bebida isotónica y tomo un poco de compuesto vitaminado a base de plátano y soja.

Mientras me visto, mecánicamente, voy reparando en los componentes de la ropa que me estoy poniendo: Thinsulate para el frio, nanopartículas para el sudor y el aire, Goretex para la estanqueidad, EVA en la amortiguación, material composite en los refuerzos, podómetro entre los cordones de la zapatilla. Me siento como un guerrero de videojuego y sonrío, instintivamente,  mientras echo la mirada atrás, buscando ese recuerdo de las primeras carreras hace ya tanto tiempo (camiseta, bombachos, zapatillas de tela etc.).

Con un gesto de la mano desecho los recuerdos y prosigo con el ritual: Conecto el pulsómetro, sintonizo el GPS, pongo a cero el cronómetro digital, me coloco los auriculares del Smartphone, ejecuto la app, busco el recorrido en la base de datos, respiro hondo varias veces y pulso el botón de ON.

Al momento el entrenador virtual comienza a dirigir mi preparación: Estiramientos, movilización de las articulaciones, trote. Entremezclado con todo ello, un pitido me avisa de que el Smartphone ha detectado el pulsómetro a través del bluetooth; un tono musical me informa de que las pulsaciones son las correctas; cuatro pitidos me indican la sincronización de los satélites con el GPS. Asimilo las informaciones, obedezco en todo al entrenador digital y, empujado por esa voz metálica, comienzo a correr.

La mañana es perfecta y estoy solo en el camino. Me cuesta algo coger el ritmo de la respiración pero poco a poco lo consigo. Unas molestias en la rodilla me distraen unos metros. Pronto me encuentro  a gusto con el ritmo acompasado entre la zancada y el aliento y enseguida dejo divagar la mente que me lleva por donde quiere. 

Un pitido me sobresalta de repente. Miro la pantalla y me informo de que las pulsaciones han bajado de su límite inferior. Acelero un poco, el corazón bombea algo más rápido, cesa la señal acústica y vuelvo a perderme en mis ensoñaciones.

Dos zumbidos largos, nuevo sobresalto. El podómetro se queja de que he acortado la zancada; alargo el paso, estoy atento unos minutos y todo vuelve a la normalidad.

Ahora es la voz metálica la que me interrumpe, se aproxima una pendiente y el plan de entrenamiento exige acelerar el ritmo y alargar la zancada. Me pongo a ello mientras los pulmones protestan y los cuádriceps hacen notar su presencia. Sin embargo, solventamos el problema con cierta soltura.

Me dejo llevar en la bajada y, mientras me repongo del esfuerzo, reviso la pantalla y controlo los relojes. Mientras lo estoy haciendo comienzo a darme cuenta de que otras veces he disfrutado más de estos momentos. Realmente no corro por competir, salvo contra mi pereza.  Este control absoluto de los aparatos al que me someto me está impidiendo disfrutar del esfuerzo realizado, de la descarga de endorfinas, de la brisa, de los devaneos de la mente por cualquier sitio. Recuerdo con nostalgia cuando lo más puntero que llevaba encima era el walkman y su cinta que, al girar, me ofrecía el alivio de sus canciones.

Estas divagaciones han hecho que pierda completamente el ritmo, así que comienzo a escuchar pitidos, la voz que me recrimina, el pulsómetro que se queja. Miro desconcertado a mi alrededor y me encuentro a la orilla del rio. Viene crecido, rápido, potente. El deshielo lo ha convertido en un gran ser. Hago caso omiso del barullo tecnológico en mis oídos y me detengo completamente para recrearme con esta demostración espléndida de fuerza en la naturaleza.  Tengo que disfrutar de una forma más sencilla, me digo. Tengo que liberarme, decido en ese momento.

Apago el podómetro y el pulsómetro, pongo en off el GPS y cierro la app. Voy a correr a mi aire, sin preocupaciones, sumergiéndome en el entorno, sintiéndolo……..solo voy a permitirme una pequeña licencia, en recuerdo de mi viejo walkman:  Me conecto a Spotify, busco a Carly Simon,  comienza a sonar You’re so vain y me dejo llevar por su voz.  Me pongo en movimiento de nuevo, me encuentro fuerte, no me molestan las rodillas, la primavera me empuja. Ahora suena el estribillo de Nobody does it better……, creo que la vida puede ser más fácil.

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