Tocan a la puerta. Cuando digo el correspondiente «pase», aparece un señor bajito y calvo, algo rechoncho.
Vale. Me comenta que su mujer se ha fugado con su hija de diez años, y que ha venido por que el amigo de un amigo le ha dicho que yo puedo encontrar hasta a Bin Laden.
«A Bin Laden ya lo encontraron»
Necesita mi ayuda. Y yo necesito el dinero que está dispuesto a soltar por recuperar a su hija. Le comunico mis honorarios, los fijos y los variables en caso de que su mujer y su hija aparezcan.
Una vez que me ha dado el número de su tarjeta de crédito –y tras comprobar que tiene cash– le digo que necesito algo con qué trabajar. Que no puedo encontrar a nadie de la nada. Tengo que tener algo desde donde partir.
Me enseña el móvil. Recibió una fotografía hace unos días. Una joven abraza a una niña en un parque. Ambas tienen una poblada melena castaña. Las dos miran a la cámara con ojos tristes, forzando una sonrisa que no acompaña al resto de la cara. Sus ojos no brillan, más bien intentan huir del objetivo de la cámara. El texto anexo de la foto, sólo una línea: “Ambas estamos bien. No nos busques”.
«De acuerdo; ambas están bien. Pero ¿dónde?»
Comienzo mi tarea. No creo que me lleve más de una tarde encontrarlas. Antes, cuando alguien quería desparecer, desaparecía sin más. Uno tenía que pasar horas vigilando a familiares y amigos, pinchando teléfonos o rebuscando en la basura. Ahora, las personas ya no desaparecen; actualizan su perfil de Facebook o Twitter, envían emails y utilizan el Whatsapp o el móvil. En definitiva, son tan estúpidos que se les encuentra en un momento. Parece que en realidad, quieren que las encuentren. Busco en Facebook. Nada, su perfil no ha sido actualizado. Su marido me ha dado su dirección de correo electrónico. Gmail, mal asunto. Las cuentas de gmail con más difíciles de hackear. Más difíciles, no imposibles. Uso un programa de algoritmos para romper su contraseña.
Mientras el programa hace su magia, releo su Facebook. Casada, con una hija, no hay nada de hermanos ni primos. Su único pariente: el calvo rechoncho. En las fotos que ha colgado siempre aparece él junto a ellas dos. En un bar, en una excursión al campo, en un viaje a Canarias. Lo típico. Todo el mundo tiene las mismas fotos. A veces pienso que las fotos están sacadas de una plantilla y el usuario pega su cara y la de sus amigos en los espacios correspondientes. Foto nocturna en un pub 01: chicas con pose que pretende ser sexy. Foto nocturna en un pub 02: chicos en un pub poniendo caras raras. Fotos de viaje en pareja: una pareja cogiéndose del talle, y tras ellos un monumento característico: el Big Ben, la Torre Eiffel, el Coliseo, el Bernabéu, la Estatua de la Libertad, el Taj Majal, las Pirámides, Angkor Wat, etcétera. Foto casera 01: en el sofá relajados, o su variación Foto casera 1.1: mismo sofá pero en plano sólo aparecen los pies. Foto casera 02: un plato con una mierda que pretende ser un hito culinario casero. Foto de adolescente: Una joven en ropa interior se autofotografía en el espejo del baño, ideal para acosadores y/o pedófilos.
El programa de algoritmos acaba de romper la contraseña de gmail. Tiene 76 mensajes no leídos en la bandeja de entrada, pero ningún mensaje enviado desde hace poco más de un mes. Esta chica es lista.
Se me están acabando las opciones.
«Mierda»
Último recurso: una copia de un programa que compré a un inspector de policía. Este programa envía un SMS que cuando es abierto, envía otro SMS de respuesta con las coordenadas GPS de la situación del móvil. La pega: sólo funciona con terminales que dispongan de GPS o acceso a internet. «O sea, casi todos».
Nada. Parece que tiene el móvil apagado.
«Mierda»
Último recurso 2.0: decido probar un programa que no había probado antes. Es una modificación de una simple aplicación para móvil de realidad aumentada. El típico visor que indica al usuario qué edificios está captando con la cámara de su móvil. Solo que éste se puede utilizar con fotografías.
Vale. Aplico el programa a la fotografía que me ha dado el calvo rechoncho.
«¡Un resultado!»
Cuatro figuras antropomórficas, Federico Assler. Parece que es la escultura horrible que está tras las mujeres.
«¿Y dónde coño está eso?»
Google me da la respuesta: Parque García Sanabria, Santa Cruz de Tenerife.
Consulto la página de Aena e introduzco el DNI de la mujer del calvo rechoncho. Efectivamente, hace 10 días viajó a Tenerife. Sólo ida.
«Pues ya sabemos dónde está. No voy a viajar a Canarias, así que le daré la información al calvo rechoncho y cobraré. Me encanta que los planes salgan bien»
Una semana después, leo la prensa digital y una noticia llama mi atención. Normalmente sólo leo los titulares, pero la fotografía que acompaña la noticia hace clack en mi interior. Abro ésta en otra pestaña.
Decimoquinta muerte de la violencia de género en España. El presunto agresor, J.G.M., viajó hasta Tenerife para asesinar a su exmujer y su hija, quienes habían huido del domicilio familiar un mes antes. Existían denuncias anteriores y el agresor tenía una orden de alejamiento.
«Mierda»
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