Un pitido le despertó bruscamente. Tardó en identificar su procedencia. El tono de su smartphone era distinto al que había fijado como predeterminado. Tendría que averiguar por qué. Incorporado en la cama buscó la hora en la pantalla.  7:00. Miércoles 24 de eneroJuraría que hoy era jueves, estoy fatal. Rápidamente abandonó esa preocupación para revisar la actividad de Twitter. Qué raro. Desde la noche anterior nadie había publicado nada. Refrescó la aplicación. No se pueden recuperar los tweets en este momento. Inténtalo más tarde, fue el mensaje que le devolvió el móvil. No me digas que otra vez se ha quedado colgado Twitter. 

Probó con Facebook. El timeline se había congelado en el día anterior. ¿Qué coño pasa? Arrastró la pantalla para actualizar. Conexión perdida. Dio un par de golpecitos a la batería de su flamante Samsung Galaxy S3 y volvió a repetir sin éxito el proceso anterior. Finalmente lo intentó con el navegador. Tecleó sucesivamente las direcciones web de los principales diarios digitales, pero en todas obtuvo la misma respuesta en la pantalla: Página web no disponible.¡Mierda! Arrojó el móvil contra el colchón y se fue a duchar. 

Mientras tomaba un café volvió a examinar detenidamente su android. Claro, se ha desconfigurado. Hoy es jueves 24 de enero de 2013, no miércoles 24 de enero de 1996. Pero por más que buscó los ajustes de fecha y hora para corregir el error, fue incapaz de encontrarlos. Pues sí que estoy espeso hoy. Decidió posponer la tarea y salir a la calle. Seguro que el caos mañanero y la polución me despiertan los reflejos.

Ya en el coche, incorporado al atasco, mientras combatía el hastío de embragar, acelerar y frenar, embragar, acelerar y frenar, volvió a coger el móvil y lo reinició con la esperanza de que el sistema volviera a la normalidad, pero no fue así. Seleccionó la agenda para llamar a su amigo Lucas, todo un experto en terminales, y tampoco encontró el número. Su enorme lista de contactos se había reducido a un puñado de nombres con los que ya no tenía relación.

El desconcierto se estaba apoderando de Pablo. Esto va a ser un virus. Normal, tanto enviar gilipolleces por Whatsapp, no me extraña que la red esté infectada. Recordó que quizá la aplicación de mensajería instantánea siguiera operativa. Deslizó la yema de su índice por las sucesivas pantallas hasta encontrarla, pero se le cayó el mundo a los pies cuando comprobó que ninguno de sus contactos disponía del servicio.

Un sudor frío se le instaló en la frente y un molesto hormigueo le recorrió la espalda. Eran los síntomas previos al ataque de ansiedad. Aferradas las manos al volante, apoyó en ellas la cabeza y cerró los ojos. El claxon del coche que iba tras él le hizo reaccionar. Reanudó la marcha lentamente hasta el siguiente semáforo en rojo. Un cartel en una valla publicitaria llamó su atención. Una franja de papel se había desprendido y el viento lo mecía de un lado a otro, pero creyó distinguir una frase: Feliz año 1996. Miró la pantalla de su estupendo teléfono móvil de última generación aún protegida por un plástico protector antihuellas. Miércoles 24 de enero de 1996. Abrió el aparato y extrajo la tarjeta SIM. Luego bajó del coche y se acercó a una papelera donde arrojó el celular. De vuelta al vehículo, abrió la guantera y sacó su viejo Motorola StarTAC.

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