Estaba de mal humor.
Aún no entendía por qué debíamos reunirnos con los abogados cuando yo intentaba llegar a un acuerdo amistoso.
Tantos años de relación de amor apasionado, aunque luego decayera y se convirtiera en un sentimiento tranquilo. “Vale, sí…” luego tuvimos un año malo donde la rutina ,mis largas horas delante del portátil, llamadas al móvil del trabajo a horas intempestivas habían dado la estocada mortal a nuestra relación, ¡cuantas veces odié lo que en la oficina llamaban las nuevas tecnología! pero de ahí a llegar a esto.
Posiblemente aún la quería, aunque me negara a reconocerlo.
El cielo de Madrid se había vestido de gris, llovía, abotoné mi gabardina hasta el cuello y me sumergí en el tráfico denso de la primera hora de la mañana.
Tardé más de media hora en aparcar, mi mal humor amenazaba con saltar la barrera
de mi paciencia, muy deteriorada después del envite de aquella llamada telefónica.
– Carlos, no te olvides que hoy tenemos la reunión con los abogados, te ruego no falles.
Como un cuchillo que atraviesa la mantequilla, sus palabras me habían atravesado, ni un ápice de sentimiento, fría, dura como nunca antes la había oído.
La encontré en el vestíbulo, lucía un abrigo blanco, que resaltaba su corto vestido negro, por un momento pensé que su indumentaria era más indicada para una evento que para legalizar por escrito nuestros bienes comunes.
– Hola, por fin parece que te tomas esto en serio.- me soltó sin mas miramientos.
– Hola, tu también estas encantadora.
Pulsé el botón del ascensor, me fije en la nueva pantalla, de acero pulido, con el logo
de ThyssenKrupp y una placa en la que indicaba aquellos nuevos modelos “synergy”
ecoeficientes de última generación.
Quizás fuera un defecto profesional, pero me fascinaba como la tecnología avanzaba en detalles que para casi todo el mundo pasan desapercibidos.
– ¿Qué planta es?
– La dieciséis – me contestó mientras con un suave movimiento el ascensor empezaba su ascensión.
Un silencio nos abrazó, como si ninguno de los dos supiera como romper ese muro invisible que se había instalado entre los dos.
De repente la luz parpadeó, fue un leve instante, lo suficiente para que en su rostro apareciera la primera huella de ese terror que tenía a quedarse encerrada en un ascensor.
– No te preocupes, eso sólo un…
No pude acabar la frase, el ascensor detuvo bruscamente su camino mientras la luz, como en un efecto cinematográfico hizo un “fade out”.
Ella gritó, yo tanteé el espacio que nos separaba hasta que mis manos aterrizaron en su cuerpo.
Ella se pegó a el como lo haría un náufrago a una tabla de madera, yo la abracé.
– Vamos, brujilla – aquel mote que la decía en nuestros primeros años se quedó flotando – no pasa nada, seguro que arranca, ¿no te acuerdas de aquella vez, creo que fue la primera vez que me llevabas a cenar a casa de tus padres, cuando también, se quedo parado el ascensor…
– Calla, calla, sabes que esto me pone de los nervios, ¡por favor haz algo!
– ¿Quieres que haga lo mismo que aquella vez?
– No seas estúpido, de aquello hace ya tanto tiempo que ni lo recordaba – sin embargo en su voz noté una calidez añorada.
– ¿sabes que aún…? – empecé a susurrarle mientras la abrazaba con más fuerza.
El ascensor intentó cobrar vida, pero tan solo fue un estertor que consiguió que ella se pusiera más nerviosa.
– ¡¡Quiero salir ya!! – me suplicaba.
– Tranquila, quizás sea el destino, quizás esto sea una señal – dije acercando mis labios a su boca.
– ¡Déjate de señales!, ¿Cuánto van a tardar en sacarnos de aquí?.
“Por favor, les rogamos tengan paciencia, desde la central estamos intentando arreglar la incidencia en unos minutos estará resuelta, perdonen las molestias”
La voz sonó hueca y metálica.
– ¿Ves? Ya está en nada saldremos de aquí. – Le dije mientras acariciaba su espalda –
Aquel día en el ascensor en casa de tus padres cuando fui a dar al botón de alarma y tu me apartaste la mano, ¿te acuerdas? Éramos unos locos, levantando tu falda mientras desabotonabas mi pantalón y nos comíamos a besos.
– Si, ¿Qué locura verdad? Mis padres esperándonos y nosotros haciendo el amor. – me dijo, su voz sonreía.
– ¿Y crees que…? – me la jugué, pegué mi boca a la suya a la espera de que no rechazase mi beso.
Y no lo hizo.
Minutos después cuando el ascensor abría las puertas ante los dos abogados que nos esperaban nerviosos, nosotros nos arreglábamos la ropa como podíamos.
– Creo que sus servicios ya no serán necesarios – les dije, mientras ella daba al botón de bajada sonriéndome picadamente.
“A veces que extraordinario resulta que la tecnología falle”, pensé mientras volvía a besarla.
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