…Y Dios hizo al hombre y vio que era bueno.
Ese día, al despertar, no imaginé lo que luego ocurriría.
Todo se desarrollaba con total normalidad en aquel hotel, lejos de toda civilización, rodeado de naturaleza en su estado más puro. Los empleados fueron los primeros en levantarse, como todos los días de aquel verano; luego de desayunar, juntos, en la mesa grande de la cocina, leyeron el devocional del día con su correspondiente lectura de la Biblia, comentaron el mismo terminando con una oración, y se dispusieron a iniciar con las tareas asignadas a cada uno, las mucamas se dirigieron al pabellón de las habitaciones, los muchachos a limpiar el predio, cortar leña, pasar el barre fondo a la piscina, y las mozas y cocineros a alistar el desayuno para los veraneantes.
Cuando sonó la primera campanada, anunciando la hora del desayuno, fueron apareciendo, uno a uno, los turistas, todavía somnolientos. A medida que terminaban, con el termo y el mate, fueron ocupando los diferentes lugares del parque, disfrutando a pleno de aquel bello escenario.
El hotel está enclavado en un valle que tiene como marco las montañas altas, verdes y con infinidad de flores blancas, rojas, azules y amarillas. Un aire límpido, sin la contaminación de las grandes ciudades, nos invita a caminar y explorar los senderos que, como de la nada, aparecen a nuestro paso. Y allí vamos, limpiando los pulmones por tanta polución anual. A lo lejos se ven animales del campo lindero: vacas, caballos, mulas y asnos, como diminutas hormigas por la distancia. Así entre caminatas, charlas y mate, fue pasando la mañana, y como para el desayuno, la campana anunció que el almuerzo estaba listo.
Y fue, precisamente, allí, en el comedor, entre comentarios y risas, que vi lo que nunca imaginé que vería en ese lugar concebido para vivir en y con la naturaleza, más cerca del cielo y de las nubes que en ningún otro sitio.
Nadie lo vio, ni siquiera lo percibieron, pero allí junto a la ventana, solo, ausente, distante del resto de la gente, absorto en lo que hacía, hablando solo, estaba “él”, un niño de cuatro años que no deseaba “compartir” tan natural comida con sus padres y hermanos, sentado se reía junto a su “tablet”
La visión era irreal, como salida de un cuento de terror con seres inanimados, pero lo peor vendría luego:
-¿Mamá, Dios nos creó con una computadora? ¡Qué programa habrá usado?-preguntó el pequeño sujeto, luego de haber concluido, el resto de los mortales, con la oración de agradecimiento por los alimentos que consumiríamos.
Todos, casi al unísono, nos dimos vuelta, creo que para escuchar la respuesta de la madre, más que por la pregunta realizada. La madre, sin dar crédito a lo oído, siguió comiendo. Pero su hijo insistió:
-¿Habrá utilizado netbook o una tablet como esta?
Ya nadie se movía y hasta las personas encargadas de la cocina se arrimó, curiosa, a escuchar cuál sería la contestación.
En ese preciso instante la mamá, una señora muy joven, se dio cuenta de lo que estaba haciendo con la educación de su hijo, y muy serena, sin emitir palabra alguna, se acercó a “él”, tomó la tablet con una mano, fue hasta la cocina y en la olla con agua hirviendo la introdujo, tomó al niño de su pequeña mano, lo llevó a la mesa, lo sentó junto al resto de la familia y comenzó a comer.
Todos hicimos lo mismo…
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