La flecha y la escritura

La flecha y la escritura

Gloria Lopera

20/01/2013

“Soy una mujer con muchas ganas de ofrecerle a un hombre toda la ternura, pasión y experiencia desarrollada durante 42 años. Estoy dispuesta a poner todo de mí, para construir una relación basada en la sinceridad, la solidaridad, la confianza, el respeto, la alegría, el sentido del humor. Si encuentro una conexión profunda con alguien, no tengo dudas frente a la decisión de dejar todo lo que tengo en mi entorno para radicarme en otro lugar del planeta. No soy una supermujer. Soy sensible, cariñosa, dulce, a veces silenciosa, inteligente, me encanta escuchar a otros, soy insistente con lo que considero importante. Disfruto de cosas sencillas, como tomarme un buen café observando diferentes personas, saborear un helado, una buena conversación con alguien, ver una película de cine que refleje el mundo interior de los personajes”.

Así se definía ella en el perfil de la página de encuentros. Se decidió a hacerlo después de un fracasado matrimonio y siete años intentando encontrar una nueva pareja en su propiaciudad. Una ciudad del norte de Suramérica donde había menos hombres que mujeres en edad de emparejarse, y  al menos aquéllos de su entorno, estaban ocupados o solamente querían pasar el rato. En realidad estaba un poco escéptica, pero pensó que era mejor hacer algo que nada.

Él, con sus 58 años, pasaba por un momento crucial de su vida. Estaba terminando una relación que había sido muy importante, pero que se venía desgastando hacía más de una década. Y para acabar de ajustar, el Instituto donde trabajaba en una capital del sur de Europa, cada vez lo agobiaba e irritaba más. Por ello había solicitado un cambio de ciudad, y cuando recibió la aceptación de su solicitud, no lo dudó, se inscribió de inmediato en la página de encuentros, con la idea de conocer mujeres que residieran cerca de su próximo destino. Pensaba que así sería más agradable su mudanza y su nuevo comenzar, pues tenía la ilusión de finalizar su vida laboral en una ciudad más tranquila y en buena compañía.

Faltando 10 días para que la inscripción de él caducara, se le ocurrió hacer una búsqueda con un filtro particular: mujeres de un amplio rango de edad, que no tuvieran hijos ni desearan tenerlos. No importaba el lugar del que procedieran. Fue así como encontró el perfil de ella. La foto no le llamó mucho la atención y fue consciente de que los separaban 16 años de edad y un océano, como mínimo, pero su presentación le impactó. Al día siguiente se atrevió a escribirle:

“Hola. Lo que escribes en tu anuncio me cautiva profundamente hasta preguntarme si realmente alguien merecerá tanta pasión, entrega y sinceridad. Por mi parte, consciente de no cumplir tus requisitos, sólo me gustaría saber algo más de ti, de lo que haces y de cómo es tu vida diaria. Yo soy un hombre que trabaja en temas relacionados con la medicina. Resido en la capital de mi país aunque pronto me trasladaré a una provincia más tranquila. Lo cierto es que mi vida la puedo resumir en dos líneas. Quizá con los años he perdido intensidad emocional pero he adquirido más capacidad para comprender a la gente y sentirme solidario con ella. Escríbeme si tienes tiempo y si no, pues… te deseo todo lo mejor”.

Ella quedó perpleja. Sus palabras le parecieron sinceras y le conmovió su honestidad. ¿Quién en estas épocas de culto a la vida intensa y a los atributos de la juventud, se atreve a expresar de entrada, que ha “perdido intensidad emocional”? Solo una persona que se conoce y quiere darse a conocer como realmente es -se contestó ella-, y sin pensarlo más, le respondió.

A los 15 días de aquellas primeras palabras, empezaron a escribirse diariamente. A lo largo de las respectivas jornadas laborales, varios SMSs, y al final del día, un largo mensaje de correo electrónico por parte de cada uno. 

Así, a lo largo de 11 meses se contaron sus anhelos, sus frustraciones, sus ideas políticas, sus dificultades del día a día, sus relaciones de pareja anteriores, sus gustos en materia de colores y sabores, algunas historias de personajes de sus lugares de origen, el lado de la cama en el que cada uno dormia, recuerdos significativos de la infancia y la adolescencia, acerca de sus familias, de sus ciudades, de sus países. Nunca antes se habían sentado al frente de la pantalla del ordenador, a contar sus vidas, y al hacerlo, cada uno descubrió cosas propias que no se había detenido a pensar, muchas cosas de esa otra persona de la que tenían evidencia que existía, pero que aún no habían tocado, y finalmente, la fascinación que genera escribir…cuando se tienen cosas para contar…y se tiene un interlocutor que te estimula a contarlas.

Para quienes los conocían –a cada uno por su lado-, era más que sorprendente que  aquello estuviera durando tanto tiempo, pero además, que dos personas conocidas por su apatía al uso de las nuevas tecnologías en comunicación, estuvieran más pendientes que nunca, del correo electrónico y de los SMSs. No lograban comprender que para ellos era simplemente un medio, el Medio a través del cual podían expresarse y estrechar el vínculo con ese alguien, que a través de las palabras escritas se iba ganando un espacio significativo en su cuerpo y en su universo.

Llegó entonces el momento del encuentro físico y acordaron que él viajaría a la ciudad de ella. El temor de la decepción, los llevó a fantasear y compartir las posibles reacciones de ambos. Aunque intuían que el encuentro confirmaría lo que ya sabían el uno del otro, consideraron lo peor, y de manera deliberada, imaginaron los más horribles resultados. La creatividad para inventar múltiples versiones del fracaso absoluto, los mantuvo entretenidos varios días. Así pudieron alternar la tensión que genera “la hora de la verdad”, ese momento de cotejar el mundo virtual con el mundo real, con espontáneas y relajantes sonrisas que surgían de esa mente retorcida, propia del mayor de los pesimismos.

Finalmente se encontraron, se reconocieron a través del cristal de llegadas internacionales del aeropuerto, se abrazaron y se besaron. En tres semanas recorrieron sus cuerpos, sus recuerdos, sus referentes, sus propósitos, tanto como calles, pueblos y ciudades. Hablaron de mil cosas y de un solo futuro: estar juntos.

De esto hace ya siete años. Siete años de un maravilloso encuentro que fue posible, en principio, por la “diosa tecnología”. ¿Puede pedírsele a estos dos seres que hablen de los conflictos del uso de la tecnología? Si ésta sólo fue como la flecha o el arco de cupido. Lo que realmente los enamoró y permitió su vida en común, fue su deseo de entrega… y haber sucumbido a la arrolladora experiencia de escribir.

 

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