Las dos hermanas charlaban e inventaban historias como cada día durante la Hora Obligada Sin Internet (HOSI) impuesta por el Ministerio de Comunicaciones Reales y Virtuales cuarenta años atrás.

Anabel era dos años mayor que Lidia y desde hacía varias sesiones durante la HOSI le parecía que su hermanita se encontraba más ausente y nerviosa de lo habitual. «¿Se puede saber qué ronda por esa cabecita? Ya ha pasado casi media hora de la HOSI, no desesperes, si seguimos inventando historias se nos pasará rapidísimo y podremos volver a nuestros ordenadores a continuar con la realidad de cada día». Lidia le correspondió con una sonrisa y con ternura le dijo: «Querida hermana, ¡no sabes cuánto te voy a extrañar!». «Pero Lidia, ¿de qué hablas?», contestó Anabel torciendo el gesto con extrañeza. «Hubiese querido esperar un poco más, pero no puedo aguantarme para contártelo». Se sentó al lado de Anabel y le cogió la mano para seguir diciéndole: «Verás, he tomado una decisión que ya no tiene vuelta atrás: He firmado un contrato como misionera y en dos meses estará todo preparado para mi marcha». Anabel se quedó perpleja y miraba asustada a su hermana que le seguía hablando: «Ya sabes que mi vocación con Dios es para mí esta labor, que aunque he intentado llevar mi vida interior dedicada a El, creo que de verdad me necesita con las personas que tienen dificultades para alimentarse bien, con aquellos que apenas tienen un par de horas al año de conexión a internet y que usan aparatos de lo más rudimentarios… ¿Te lo imaginas? Pues es así, esa realidad existe y yo quiero ayudar…». Anabel saltó bruscamente del sofá gritando: «¡Todo esto no me ha pillado de sorpresa, la verdad, aunque ahora mismo no sé si reír o llorar! Pero hermanita, ¿por qué? ¿Cómo puedes dejarme sola aquí? ¿Qué voy a hacer yo durante la HOSI sin ti? No esperarás que hable sola ante el espejo, o que haga ganchillo, o que…». Anabel que se iba sofocando cada vez más de pronto se calmó, miró de nuevo a su hermana y le confesó lo que sentía: «Lidia, perdóname. Estoy muy orgullosa de ti y creo que eres muy valiente. No quiero que pienses que soy una egoísta». «Tranquila», interrumpió Lidia, «después te enviaré los archivos y documentos con los detalles de mi misión. Me encantará que me ayudes con los preparativos. También he pensado que en esta hora de cada día, si tú quieres, podrás escribirme manualmente en las hojas que he comprado para ti. Aunque es muy lento, es más seguro y no hay restricciones para recibir correo postal allí. ¡Vamos a comunicarnos como los antiguos!, ¿no te parece emocionante?». Anabel comenzó a llorar, pero Lidia continuó explicándole como podrían comunicarse: «Será un ejercicio de paciencia y supondrá un gran esfuerzo, lo sé, pero, por favor, hazlo también por mi. Además me he informado y a donde voy podré contactar contigo por videoconferencia dos veces al año. Tendré permitido utilizar mi cuenta el día de tu cumpleaños y en Navidad». Anabel sollozando asintió finalmente a todo y dijo: «Claro que te escribiré, durante cada HOSI y cuando podamos vernos esos serán momentos de gratitud y felicidad». Las hermanas se abrazaron y la HOSI ya había acabado. A lo lejos se podía oír el murmullo de los aparatos eléctricos, el bullicio de la ciudad que había vuelto a la normalidad, pero ellas continuaron abrazadas un largo rato.

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