Mientras Carlos se preparaba para ir a la oficina, ella miró el reloj tantas veces en ese corto lapso, que llamó la atención de su marido. Claudia  nerviosa, impaciente, como si quisiera que pasara el tiempo rápidamente. Lo seguía del baño al dormitorio y del dormitorio al baño,  mientras le iba alcanzando todo lo que ella suponía que él necesitaba.

Tenés algún compromiso?,  inquirió Carlos. No, no…. y rápidamente inventó una tonta excusa, que ninguno creyó.

Carlos sin apuro, se anudaba la corbata,  se miró en el espejo y esbozó una sonrisa, cómplice consigo mismo.

Hacía poco más de un mes, que  le habían cambiado el horario de trabajo. Comenzaba su jornada una hora antes,  pero no percibía mayores ingresos. Claudia no entendía el hecho de trabajar más sin obtener una remuneración mayor;  pero su esposo la apaciguó diciéndole que no todo en la vida se paga con dinero y que su jefe le había encargado un trabajo de extrema confianza y muy confidencial. Elegido entre tantos empleados, para él era un honor complacer al jefe.

Claudia  era ama de casa. Cuando se casó, por un pedido especial de Carlos, dejó su trabajo, se dedicó  a las tareas domésticas y ocasionalmente  a acompañarlo a fiestas y  eventos laborales.

Llevaban  diez años casados y una monótona vida.  Tan monótona que Claudia sentía que hacía dos vidas que  compartía con él.

Carlos se despidió y al fin  se fue.  Ella escuchó encender el motor del auto, corrió hacia el ventanal del living para confirmar que se había ido. Rápidamente  fue a la biblioteca a buscar la notebook que  camuflada yacía entre los libros.

Lo que más esperaba cada día era conectarse con Sergio. Pasaba una hora chateando,  se sentía como una adolescente. Volvía a sonreír, a proyectar, a imaginarse junto a otra persona que no fuera su marido. Este sí era  el hombre ideal, comprensivo, compañero, solidario, divertido, alegre. Todo lo que ella buscaba en un hombre y que su esposo ya no tenía. Llegó a cuestionarse su matrimonio; día a día perdía más interés en Carlos.  Mientras tanto,  Carlos, absorbido por el trabajo parecía no darse cuenta de lo que le estaba ocurriendo a su mujer, mucho menos de sus necesidades.

Esa hora  que compartía con Sergio la cargaba de energías,  aunque aún no lo conocía físicamente, sentía que lo amaba.  Necesitaba un cambio de look para concretar un encuentro.  Pidió turno en el salón de belleza y comenzó con un corte de pelo moderno, color y unas mechas que le iluminaban el rostro. Claudia, una mujer de treinta y pocos años,  se  mantenía muy bien físicamente. Agradable, con una sonrisa cautivadora. Seguramente Sergio se enamoraría de ella.

Era la hora de dejar de soñar, las seis de la tarde. Carlos estaba por llegar.

Tocaron el timbre,  Claudia miró la mesita y vió las llaves de su marido. No sé para que tenés llaves si nunca las llevás? resoplando dijo ella,  creés que siempre estaré en casa para recibirte?. Efectivamente era su marido.

Así es como me esperás?, respondió él.  Llegó a escuchar el bla bla bla de Carlos. Fastidiosa volvió al sillón del living a continuar mirando  televisión.

No le dijo nada de su corte de pelo, ni de su nuevo color de cabello. Era de suponer que no se diera cuenta!.

Cenaron casi sin mediar palabras, ella pensaba  en su nueva vida; él estaba muy cansado, se duchó y se fue a dormir.

Amaneció. La rutina comenzó y llegó la hora del encuentro con su cibernético amor, las nueve de la mañana.  Hoy le propondría conocerlo, y mientras lo imaginaba, mariposas aleteaban en su estómago.

Chatearon como de costumbre, y al final de la charla  le escribió “quiero conocerte”, a lo que Sergio respondió “cuando quieras”, “mañana”  escribió ella, “mañana entonces” contestó él, “ a las 9 en el Restaurante Francis ” “ok”.  Se despidieron,  Claudia no podía creer lo que había hecho.

Ahora vería cómo justificar la salida con su marido.

Lo esperó con la cena lista. Carlos los jueves llega a las siete, luego de su clase de inglés.

Se respiraba otra energía en la casa, los ojos le brillaban, pero su esposo como de costumbre no se percató de ello.

Durante la cena Claudia le comentó que  unas viejas amigas del trabajo la invitaron a una salida de reencuentro. Su esposo no se sorprendió, se dio por enterado, a la misma vez que se lamentó de que no pudiera acompañarlo a un evento que él tendría de trabajo. Claudia se disculpó y  prometió que iría en otra ocasión.

Pasé la prueba, le mentí en la cara y no se dio cuenta,  pensó ella. Con el camino libre comenzaría una nueva vida clandestina.

No pudo dormir de noche, tuvo pesadillas, hasta soñó que Sergio faltaría a la cita.

Clareó el día del encuentro. La impaciencia y las ganas de conocerlo la mantuvieron en vilo toda la tarde. Tenía sobre la cama el vestido color  verde petróleo, y a los pies de ella, las sandalias de taco alto con strass.  A las siete de la tarde comenzó la ceremonia. Claudia se vistió para enamorar a cualquier hombre,  Carlos se preparaba a la par,  para su evento, lamentándose que su esposa no pudiera acompañarlo.

Él partió primero.

Ella llegó al restaurante con una puntualidad inglesa. Lo buscó, vió un hombre sentado de espaldas a ella, se encontraba  solo en una mesa,  con una copa de champagne en la mano. Se acercó lentamente, por sus espaldas y  lo llamó dulcemente, ¿Sergio?. Se escuchó el estallido de la copa al romperse contra el suelo. Sin darse vuelta  con una voz sorprendida que casi no se escuchó dijo  “¿Cl  Cl Claudia?”. Carlos se volteó  incrédulo  con cara de horror.

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