Ya no me chupo el dedo…

Ya no me chupo el dedo…

Antonio Cardenal

14/01/2013

Es cierto. Acabé con ese extraño hábito que tenía desde que era un niño en edad escolar. Y todo gracias a la tecnología…

Yo nunca me chupé el pulgar cuando era bebé, ni siquera me gustaba el chupete. Esto preocupó a mis padres hasta el punto de llegar a convertir al pediatra en mi tio Quique. A los 3 años me diagnosticaron xerosis, una enfermedad propia de personas mayores que se caracteriza por una piel muy seca. El tratamiento fué muy largo, y a mis cinco años solo tenía resecas las yemas de los dedos, algo que ni el tio Quique ni otros especialistas pudieron explicar, aunque tampoco le dieron tanta importancia como yo. Cuando empezé con el colegio descubrí un truco para poder pasar las hojas de los cuadernos sin dolor, lamiendo las yemas del pulgar y del indice. Al principio fue un acto instintivo y mecánico, pero con el tiempo se convirtió en mi placer secreto, y es que me encantaba el regustillo del papel de los cuadernos, de las cartillas de lectura, de los libros de matemáticas y sociales… Y sobre todo, me encantaba leer.

Este hábito de chupar levemente mi pulgar lo mantuve durante muchos años. Incluso para abrir una hoja doblada el ritual de humedecer la yema del dedo índice se convirtió en algo imprescindible para mi, lo que provocó no pocas burlas entre mis compañeros con bigote de octavo  y nuez prominente.  Cuando empecé a descubrir el mundo, a mis 16 años, elaboré una compleja teoría sobre mi índice ensalibado: con este sencillo acto devolvía parte de mí a la naturaleza muerta del papel impreso, de alguna forma agradecía al escrito lo que estaba recibiendo, una forma de honrar al arbol caido, a la naturaleza muerta y procesada por el hombre para que mi mente pudiese expandirse con el conocimiento. Esta teoría me alejó de muchos amigos en potencia pero atrajo a muchas amigas que pasaron a ser novias de adolescencia. Una de ellas, Isabel, se convirtió en mi mujer años mas tarde, cuando terminé las oposiciones a profesor de literatura a base (entre otras cosas, claro está) de saliva en mi dedo índice.

Pasaron los años y seguía con mi manía de lamerme el dedo al pasar las hojas, y el tio Quique me recordaba siempre el via crucis del tratamiento de mi temprana xerosis. Yo le respondía entornando los ojos y pasándome el dedo por los labios, imitando un conocido anuncio de aquella época. Nunca me planteé quitarme esa extraña costumbre, ese resto de mi infancia que me dió tantos momentos de placer y de alguna forma me abrió al gran mundo del saber. 

Y de pronto los teclados QWERTY se convirtieron en algo imprescindible para cualquier tarea cotidiana. Por no privarme de mi pequeño placer comencé a usar guantes al usar en el ordenador a fin de no perder sensibilidad ni sabor en mis yemas por el plástico de las teclas, lo que volvió a preocupar a mis padres, al tio Quique y a Isabel, temerosos de estar conviviendo con una especie de Peter Pan del frenopático.

A los teclados le siguieron las tabletas gráficas y los E-books, mucho mas cómodos, que además imitaban el movimiento de las hojas al pasar el dedo por la pantalla. Yo fuí totalmente reacio a quitarme los guantes y abandonar la lectura de libros de papel, pero al adquirir el piso y ante la inminente llegada de mi hijo se hizo del todo necesario aprovechar el espacio al máximo para acomodar nuestras pertenencias en los escasos 40 metros cuadrados que nos pudimos permitir con mi sueldo de maestro y los escasos ingresos de Isabel en sus trabajos a tiempo parcial, por lo que tuve que deshacerme de mi biblioteca y convertirla en amalgamas de ceros y unos. Fué doloroso abandonar mi placer mas longevo y secreto, pero no perdí ni un ápice de conocimiento. Es mas, aumenté exponencialmente mis lecturas saciando con creces mi sed de conocimiento hasta el punto de no apartar la vista de la pantalla acariciándola con mi dedo índice, sin rastro alguno de saliva y sin atisbo alguno de significado ritual, pasando a ser un gesto mecánico y a día de hoy totalmente compulsivo…

Es cierto, ya no me chupo el dedo. Ahora el dedo me chupa a mi.

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