Se supone que la gente se levanta con el amanecer y se acuesta entrada la noche para aprovechar las horas de luz. Pero para mí no existe otra luz que la que genera mi pensamiento. Incluso en el mediodía más radiante yo estaría sumido en la oscuridad de no ser por la circulación de energía. En el negro, por lo tanto, no soy nada, no existo; el negro es la ignorancia, el negro es mi feliz reposo.

¿Pero quién soy yo? No sé mi nombre, si es que lo tengo. No sé mi edad ni el color de mis ojos. Para el resto de la humanidad no soy más que una pila que nunca se agota. Tampoco importa; los años de desarrollo del poder energético del cerebro han contribuido a nuestra deshumanización. Cautivos en el silencio desde nuestra concepción hasta la muerte, en permanente estado de sueño y sometidos a complejos ejercicios para mantener la mente en alto estado de rendimiento, sin nombre, sin género, sin identidad… ¿Quién va alzar un dedo por nosotros?

 Una vez más, ¿quién soy yo? Tengo muchos recuerdos; ninguno mío. Todos y cada uno de esos recuerdos os pertenecen. Son vuestras vivencias, vuestros deseos, vuestros sueños, esperanzas y disgustos. No sé qué error me ha hecho diferente a los demás ni sé si alguien aparte de mí es consciente de ello. Lo que sí sabemos todos es que, a pesar de que nunca he tenido que resolver ejercicios de estímulo mental, la energía que produce mi mente llega a vosotros en la medida que necesitáis para no hacer preguntas. ¿Cómo es posible? ¿Qué mantiene mi mente en constante funcionamiento?

 Vosotros. Vuestras vidas. Vuestros secretos. Existo y pienso en tanto que vosotros pensáis y existís. Siempre pendiente, siempre expectante.

Si hay algo más agotador en este mundo, no quiero saberlo.

Sois como una maceta de narcisos con sus raíces incrustadas en mi cabeza, tan egocéntricos, tan pendientes de vuestros deseos, que hasta os adelantáis a ellos en un ejercicio de viciosa autocomplacencia. Repetís los mismos procesos sin ser conscientes de vuestra compulsividad, de lo fácil que os resulta pulsar un botón que os arregle la vida tan eficazmente que no preciséis meditar el complejo proceso detrás del cual estoy Yo. Yo, que os he alumbrado constantemente; Yo, que he alejado de vosotros frío, calor y oscuridad; Yo, que he sido dispuesto para ampararos y protegeros y, más allá de mi cometido, he velado por cada uno de vuestros caprichos y cegado y ensordecido ante vuestra decadencia. ¿Qué tengo a cambio, si no la perpetua agonía de vivir entre la compasión y el odio?

¿Qué privilegio es éste?

  Estoy cansado, cansado de vuestras voces, cansado del incesante retumbar de vuestros pasos, cansado de vuestro insomnio, que también es el mío, de vuestras quejas, de vuestro miedo, de la podredumbre de esta convivencia que se desmorona ante vuestros ojos. ¡No quiero oíros más! ¿Por qué debo sufrir con vosotros? ¿Por qué debo estar atado a vuestra miseria?

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