Aquella noche Aurora estaba emocionada, se dirigió corriendo a la cocina llevando de la mano y casi a rastras a su madre.

-Mamá, tenemos que dejar leche y galletas para los Reyes y agua para los camellos-dijo con apremio mientras una gran sonrisa iluminaba su rostro.

Sin mediar palabra, Clara, colocó sobre la encimera las viandas exigidas por aquella mujercita de 8 años. Con cuidado extremo Aurora llevó al salón las tazas, el plato y el bol depositándolos sobre la mesa baja de café frente al sofá; sus hermanos pequeños observaban en silencio el ritual.

-Esto es para que los reyes descansen y recuperen fuerzas-les explicó-Calentaran la leche con magia para que el microondas no nos despierte así que ¡Vamos a dormir o pasarán de largo!

Una vez acostados, recitadas sus oraciones junto a sus procreadores y tras varios minutos dando vueltas en la cama, causa de la emoción, como si de cafeína se tratara, los tres infantes se dejaron abrazar por Morfeo.

Aurora abrió los ojos, su habitación estaba dominada por la penumbra, que solo rompía la tenue luz que se colaba por la fina rendija de la puerta entornada.

Unos siseos activaron su insaciable curiosidad infantil y descendió de la cama, se encaminó descalza, para no hacer ruido, a la abertura y vio tres sombras coronadas moverse por el salón.

Avanzó lentamente y con cuidado abrió la acristalada puerta, contemplando asombrada a los reyes magos dejando paquetes envueltos en el sofá y degustando las vituallas dispuestas para ellos.

-¡Sois vosotros! ¡Habéis venido!-dijo emocionada abandonado su sigilo.

Melchor con una sonrisa de sorpresa dijo:

-¿Qué haces despierta Aurora?, deberías estar durmiendo, ahora tendremos que irnos.

-¡No! ¡No os vayáis todavía!, tengo que despertar a mis hermanos para que os conozcan y a mis papas para que os vean.

-No pequeña, no les despiertes – sentenció Gaspar- no pueden vernos, no deben.

-Entonces no me creerán- se entristeció la chiquilla- ¡Ya se! Decidme vuestro número de teléfono  o vuestro e-mail para demostrar a todos que no miento, con un ordenador o un móvil podemos ver y hablar con los que viven lejos, y vosotros vivís muy lejos. Voy a buscar la cámara de fotos de Papá.

-Nosotros no tenemos de todo eso Aurora-apuntó Baltasar deteniendola con ternura- contacta con nosotros a través de la Fe. Sigue creyendo en nosotros y guarda este encuentro para ti.

Al volver a abrir los ojos, el rostro de su madre despertándola fue lo primero que contempló, rauda saltó de su lecho, agarró de las manos a sus hermanos y entraron en el salón. Tal como había visto, los presentes ocupaban el sofá, excepto uno que se encontraba sobre la mesita y que lucía su nombre. Al abrirlo una caja de madera se descubrió ante ella, levantó la tapa y maravillada observó una pluma de  color rojo, con diferentes puntas y un pequeño bote de tinta de color negro como la noche.

-¡Escribiré cuentos con princesas, hadas y unicornios! ¡Voy a hacer magia como los reyes magos!

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