Por diversos motivos siempre me encuentro aquí… cada tarde vengo al balcón de la casa de mi hija a contemplar el atardecer en medio de tanto confinamiento, y me pregunto: – ¿Qué debo hacer ahora? – Parece que, sin saberlo, pero como siguiendo un instructivo interior que manda en los surcos de mi vida, me encuentro repitiendo lo que una vez mi padre albergó en su mente y en su corazón cada amanecer de su nueva vida…
Siempre me detengo aquí, a esta misma hora, a contemplar la soledad de una pandemia que toma cada vez más cuerpo en una humanidad desgastada en todo sentido, y a contemplar el atardecer, que parece no saber lo que sucede en la tierra, parece no enterado de la calamidad, e ignorante de ello se prepara a adornar el horizonte con hermosos rayos dorados y naranjas que colorean las montañas de Barcelona. Sí, aquí me encuentro, por fin! Dispuesta a cumplir mis sueños, a trabajar por una vida que merezco y a darle a mi vieja lo que nunca tuvo, pero que trabajó sin medida y con la que paga cualquier compensación.
Pues sí, aquí estoy, resucitando los impulsos que una vez invadieron la mente de el Chento, mi padre, y aquí no quiero aburrirlos con una historia cualquiera no, así que les contaré su historia tal cual como la recuerdo… Creció bajo el amor de una tía y de su abuela, con la única propiedad de un carro con el que trabajó de taxista por muchos años… Toda su vida soñó y luchó con darse una vida más cómoda para ofrecerle a su anciano padre, mi abuelo, una vejez digna como regalo de tantos sacrificios que hizo por él, así que un buen día se decide a comprar un billete de la lotería a fin de hacer realidad su sueño…
¿Y qué creen? Pues sí, si, se lo ha ganado, y no fue mucho el monto. Así que entre tanta algarabía e incertidumbre ante lo que iba a hacer a continuación no se le ocurrió otra cosa que sentarse en silencio, mirar en retrospectiva su pasado y decir: -sí! Lo haré! Me voy! – Claro está, que pudo quedarse y hacer las cosas de otro modo… Pero también las noticias lejanas que llegaban de tantos amigos que partieron y estaban felices fueron lo que lo llevaron a tomar esa decisión… Estaba a punto de abandonar su amada España, que lo vio nacer, hacia otros horizontes… Hacia Venezuela…
Partió llevando consigo, aparte de las maletas, un corazón lleno de los amores que dejo en el puerto y en esta tierra que lo vio nacer, y lleno de ilusiones de triunfo, de felicidad y sobre todo con el propósito de regresar algún día con las manos llenas de soluciones y realidades. Es así como llegó a una tierra cálida donde comienza a trabajar en un sin fin de cosas para poder pagar su comida y un techo donde dormir.
Entre los días llenos de trabajo y la mala alimentación, enferma del estómago, y un domingo, lleno de angustias se dirige a una iglesia a pedir a Dios por sus malestares, ciertamente lo hace, pero no sin antes detenerse a mirar a quien seria el gran amor de su vida, mi madre. Es así como después de una historia de amor intenso vengo a este mundo yo, María , pasan pocos años y le escriben que su padre ha enfermado de gravedad y debe regresar, pues ha empeorado, toma un avión para ir ,pero llega tarde, ya su padre había muerto, y vuelve nuevamente al país donde había migrado.
Al volver a Venezuela retoma una vida llena de trabajo, entre luchas y alegrías, pero seguía enfermo del estomago, médicos, controles, consultas y nada, seguía peor, con idea de regresar nuevamente a su país pero con su familia… Un día, de noche, me llama, al porche de la casa donde vivíamos, y me dice muchas cosas, entre ellas, que cuide de mi madre: – ¡nunca la dejes sola! -.
Mi madre me crío con mucho sacrificio, privándose de cosas para darme lo mejor para mi porvenir, me hice mujer, estudié una carrera y me casé, de esa unión nace mi hija única, en cuyo balcón me encuentro ahora escribiendo esta historia. Ella al igual que su abuelo, pero con diferentes motivos, huyendo de un comunismo disfrazado, pero igual de cruel, se viene a España, Barcelona, pero en su mente, al igual que una vez su abuelo, quería rescatar a su familia, y que tuviesen una vida mejor, pasaron varios años, ella seguía ayudándonos con lo poco que podía enviarnos para que pudiéramos sobrevivir mi Madre y yo, siempre me decía: – arregla los papeles y las cosas que debes, porque en cualquier momento te mandare a buscar – mientras tanto yo pasaba muchas penas, pero no le decía nada, para no angustiarla, y con mi madre de 85 años, en silencio, sufríamos su ausencia.
Así pasaron cinco años, y una mañana… nos dice: – ya les compré el pasaje para que se vengan pronto – entro en shock porque debía resolver muchas cosas antes de partir, y con un dolor desgarrador en mi corazón, porque debía partir a unas tierras lejanas, y a mis 58 años comenzar de nuevo, y llevando en dos maletas toda una vida, y sobre todo, dejar al gran amor de mi vida… Llega el día de partir y con miedos, angustias y mucha tristeza llegamos a Barcelona, llenas de ilusiones e incertidumbres, sin esperar lo que se avecinaba… Una pandemia que retrasaría todas las cosas que tenía en mis planes… para mirar el horizonte con nuevos anhelos y sobre todo, para reecontrarme con el amor que espera por mi del otro lado del océano, que espera ser rescatado, como yo lo fui una vez, como lo fue mi padre… Por eso vengo aquí… a este balcón a contemplar el hermoso atardecer que es testigo de mis nuevos suspiros… de mi nueva mirada….
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