El día ha llegado. Ya no somos hijos de la naturaleza ni de Dios, ya no somos hijos de la mujer que nos parió.
Dejamos de reconocer aquello que nos creó y nos convirtió en lo que somos. Dejamos de ser parte de todo lo que nos era propio. Ahora somos modernos, somos parte de la nueva vida cómoda y actual. Ya no es Dios, ni el Karma, quien está en todos lados. Estamos rodeados en todo momento por alguien más, una nueva Diosa que todo lo ve y todo lo controla: La Tecnología.
A todo momento estamos pendientes de ella, pues es la única capaz de que todo parezca más sencillo. Es la más prodigiosa al ahorrarnos tiempo, al evitarnos tribulaciones, al acercarnos a los que están lejos, al brindarnos información e incluso al facilitarnos la satisfacción de nuestras necesidades. Parece ser utópica y perfecta. Parece ser una Diosa.
Pasa el tiempo y nos empapamos de ella, nos vamos familiarizando con sus métodos y con su cara. Nos agrada sentirnos incluso complementados por ella. Nos hace sentir más poderosos y grandes ante este mundo. Nos hace sentirnos armados contra mil y un cosas que antes nos asustaban, contra el mundo mismo si es necesario.
Y es entonces que vivimos bajo el cobijo de nuestra nueva Diosa, saciándonos de sus mieles. Poco a poco la hacemos nuestra y nos rendimos ante cada una de las nuevas caras que adopta, nos enamoramos de sus caras renovadas, de sus formas cambiantes. Estamos al tanto de cuanto ofrece día a día y nos alegramos de que sea tan basto su alcance. Nos declaramos propios de la Diosa Tecnología.
Más llega entonces el momento en que todo deja de ser como parece y comienza a ser como es.
De pronto estamos rodeados por la tecnología. Cubiertos de los rayos del sol y de la sensación del viento sin siquiera saberlo. Nos percatamos de que esta nueva Diosa es celosa de sus fieles y que pronto está presente en todo sitio en el que nos encontremos. Nos comenzamos a sentir atrapados por ella, envueltos en sus brazos, que son tan largos que recorren el mundo entero. Nos percatamos demasiado tarde de que, al mismo tiempo que nos brinda toda la comodidad posible, se introduce en lo más profundo de nosotros y comienza a adelgazar nuestra esencia y nuestra naturaleza. Se sirve de nosotros y comenzamos a olvidar todo lo que fuimos sin ella, incapaces de dejarla.
Intentamos alejarnos de ella y nos descubrimos incapaces y perdidos sin todo aquello que nos brindó y que con el tiempo hicimos tan nuestro. Nos convertimos en guiñapos sin oportunidad alguna de encararnos al mundo. Perdemos nuestro tinte humano y natural y nos quedamos con un tinte traslúcido que nos refleja vacíos y desprovistos de todo lo que nos ayudaba a valernos por nosotros mismos. La Diosa nos arrebata todo lo que fuimos con su llegada y al dejarla nos arrebata todo lo que creemos ser. Nos damos cuenta entonces de que ya no somos sus fieles, somos sus esclavos, pues sin ella presente nos vemos perdidos y sin remedio alguno.
El día ha llegado. Ya no somos hijos de la naturaleza ni de Dios, ya no somos hijos de la mujer que nos parió.
Somos simples despojos de la tecnología.
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