Confieso que aunque lo mío es tocar es el arpa, por las noches tuve encuentros clandestinos con un sintetizador electrónico, dejado en herencia por un primo mío que se unió a una secta religiosa, después de haber sufrido una abducción extraterrestre; no entraré en detalles del tipo de encuentro que me contó con pelos y señales este primo mío, porque en realidad no vienen al caso. 

Lo importante es que con el dichoso sintetizador tenía la oportunidad de dar rienda suelta a mis más desenfrenadas fantasías melódicas, liberándome al menos por un momento del rígido academicismo de mi tres veces honorable y ortodoxa escuela de música.

Perdonen por la digresión, pero es que necesitaba distraer mi mente en algo para mitigar esta espera que tanto me angustia. La cosa es que por haberme atrevido a desafiar las normas no escritas de la música culta, mi vida está en peligro. 

Lo único que puede salvarme es que esta computadora portátil que traigo conmigo quede a buen resguardo por si algo llega a pasarme. Ojalá que nunca se me hubiera ocurrido salirme de la escuela de música para dedicarme a la programación fractal.

Porque tal vez nunca les he contado que en mis andanzas por el mundo subterráneo de la música electrónica, conocí a gente extraña, muy extraña; pero de la cual estoy seguro que vive mucho más intensamente que varios de los snobs que tenía por compañeros en el conservatorio. 

De hecho, anduve con una chica de la escena músico digital, que por las noches trabajaba como DJ para pagarse sus estudios de física en la universidad; debo agradecerle a ella haber perdido la virginidad… aunque por otro lado debería maldecirla, porque ella es en parte responsable de que ahora me anden buscando.

Mientras Nadia y yo anduvimos juntos, ella me platicaba de un proyecto que desarrollaba en las horas muertas que tenía entre sus clases de Ecuaciones Diferenciales y Mecánica Cuántica: su programa de cómputo sobre el algoritmo musical. 

Seguramente que alguno de sus profesores le metió en la cabeza esa idea tan rara de encontrar una regla sencilla, de tipo fractal, a partir de la cual se pudiera generar un sinnúmero de secuencias de tonos que produjeran algo agradable al oído humano. 

Yo le respondí, no sin algo de sarcasmo, “Es más fácil que pongas a un centenar de chimpancés a escribir a máquina, para ver si sale una novela en el transcurso de diez mil años”.

Lo fatídico del asunto es que ella encontró el maldito algoritmo (y los changos lograron escribir un sencillo, pero interesante cuento). Nadia pudo deducir la madre de todas las melodías que a mí, al menos, sí me está dando en la ídem. 

Tan ansiosa estaba por compartir su hallazgo al mundo, que se le ocurrió mandarme por e-mail el código del dichoso programa. Misteriosamente, pocas horas después, ella recibió una invitación para hacerla de DJ en una fiesta privada en Dubai y desde entonces no he vuelto a saber de ella. ¿Las teorías de conspiración son ciertas? Tal vez.

Al parecer, yo soy el único que tiene copia de ese algoritmo; y es una reglita tan simple, que francamente te caes de la risa al darte cuenta que la armonía melódica siempre estuvo tan cerca de quien se decidiera a encontrarla. 

Pero, como tenía que pasar, lo peor que podría suceder, sucedió. La noticia del nuevo invento llegó a oídos de quien sería directamente afectado por su aparición, los propios compositores musicales, y lo que es peor, sus representantes y agentes. Dinero, dinero, mucho dinero; eso es lo que está en juego. 

Es lógico que quieran tomar medidas radicales para formatearme de este mundo y mandarme a la papelera de reciclaje. Con este descubrimiento, ¿quién va a gastar ahora en carísimos discos compactos cuando por un precio mucho menor se puede tener en uno solo una infinidad de melodías, un disco compacto que nunca tocará dos veces la misma canción, sino una distinta cada vez que corra en la computadora?

Tal vez ese hombre que está tocando a mi puerta, que viene acompañado de dos hombres de negro (y que no conozco en absoluto) sea un emisario que viene a robarse la creación de mi ex novia. O tal vez ella está confabulada con ellos y ahora quiere deshacerse de mí; tal vez ella todavía anda en Dubai, haciendo feliz a algún nativo de aquellas tierras. 

Lo mejor será que salga por la puerta trasera y me dedique a deambular por las calles hasta volverme loco y olvidar todo lo que sé ahora. Olvidar que la creación musical ha llegado a su fin y que la tan cacareada inspiración artística no es más que un mito, al igual que el amor se reduce a un puñado de reacciones químicas con ecuaciones bien definidas. 

Si no escapo ahora, en unos minutos podría estar tocando de nuevo mi arpa, pero en el cielo de los músicos; y por el momento tampoco quiero averiguar si existe tal cielo y si me van a entregar tal arpa. Así que, arrivederchi

Me convertiré en un fugitivo y me integraré a las filas de los señores del subterráneo electrónico. Tal vez nos encontremos en algún antro cyber-nético clandestino. Ciao, cambio y fuera.

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Después de varios intentos, el primo (irreconocible por el pasar de los años) desistió de tocar a la puerta. Se volvió hacia sus acompañantes, hermanos en la fe que ahora profesaba. Estaba de vuelta para redimir a aquella almita descarriada de la pecaminosa vida disipada en la que sabía estaba atrapado; el primo ahora sabía que toda la gente que tenía que ver con la música estaba envuelta en una conjura del demonio y era su deber salvar al muchacho. Tal vez en otra ocasión volvieran a visitarlo, pensó. Nunca era tarde para salvar a los familiares, e inclusive, los caminos del señor eran inescrutables… a menos que éstos también sean generados por un algoritmo fractal.

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Nota del autor. Este cuento fue creado por uno de los chimpancés a los que nuestro personaje hace referencia. Yo me limité a pulir el original, que tenía algunas faltitas de ortografía. Aunque tengo que admitir que la sintaxis del animal resultó bastante aceptable.

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