Pasó volando bajo, tan bajo que la pude agarrar en vuelo y sin mas ,esa noche a las cinco de la madrugada me subí a un autobús en la solitaria estación, era una cálida noche de junio y mi destino era Madrid.

          Mi pueblo, un pueblo de Andalucía, una familia, una infancia vista como feliz y un asco hacia mi y hacia el mundo que no me dejaba vivir, corría el año de 1985, y con mis 21 años yo  lo sentía oscuro como un profundo pozo que no me dejaba salir. No había ningún planteamiento de futuro solo el apremio visceral de huida, la necesidad imperiosa de salir corriendo y dejarlo todo atrás.

          Llegué a Madrid a las diez de la mañana, no recuerdo que día era, tengo vagos recuerdos. Se que me baje en la puerta del Hospital 12 de Octubre donde tenia una parada. Llevaba el titulo de enfermera que me habían dado el día anterior debajo del brazo o mas bien apretado en el pecho en una carpeta, me acompañaba un compañero  que iba a renunciar a un contrato de suplencias de verano y yo entendí que era la persona idónea para dármelo, que esta era mi oportunidad, ahora o nunca, no lo pensé dos veces. Intentaron explicarme que el proceso no era así, que había una bolsa de trabajo y tenia que esperar. Me senté en la puerta del despacho de recursos humanos con el convencimiento de que ese contrato tenia que ser para mi, no recuerdo sentir miedo ni duda en ningún momento, aun hoy 35 años después no consigo explicarme de que lugar me brotaba esa fuerza imparable que me empujaba.

            Y así fue, a última hora de la mañana, alguien me dijo » Venga entra que te doy el contrato y te vas».

          Ahí comenzó todo, la incertidumbre, la búsqueda de un lugar donde vivir, compartir con personas que apenas conocía, empezar a gestionar mi vida, a decidir, a trabajar, a luchar por aprender a vivir y lo mejor de todo era la sensación de libertad que me acompañaba.

          Mis padres no estaban en absoluto de acuerdo con esta decisión mía, yo me agarré a la circunstancia de que tenía un novio hacia un tiempo  y este vivía en Alcala de Henares, de esta manera ellos accedieron con menos miedo, era mayor que yo y el me cuidaría, no confiaban en que yo podía cuidarme sola.  A los tres meses rompí la relación y decidí continuar en Madrid aunque el contrato se había acabado. La lucha por mi independencia y por no volver al pueblo fue tremenda y casi tengo que romper la relación con mis padres.

          El futuro era bastante incierto, apenas había trabajo, me recorrí todos los hospitales y clínicas privadas para poder seguir adelante ya que no quería pedir dinero, y así economizando al máximo y apretándome el cinturón todo lo que podía ( llegamos a ser 9 personas en un piso de tres)  llegue con lo que ahorré en el verano hasta febrero que conseguí un pequeño contrato de suplencias de semana Santa. a partir de ahí ya nunca deje de trabajar, en ese sentido tuve suerte. Este periodo de mi vida, a pesar de todo,  lo recuerdo entrañable, inmenso, recuerdo la sensación de despertar, de fuerza.

          Ahora se que esa oportunidad que pasó volando bajo, una tarde de junio, fue la tabla de salvación que la vida me brindó y aunque el dolor aún hoy es inmenso, he logrado acostumbrarme a mirarlo de frente a abrazar a esa niña herida que hay muy dentro de mi y vivir con él como si de una gran mochila se tratase, que si bien es verdad que pesa enormemente y ha condicionado y condiciona todo lo que he hecho y hago en mi vida, exigiéndome un esfuerzo, en ocasiones sobrehumano, no me ha impedido seguir mi camino.

          Siempre ha existido un hilo, una fuerza que en los peores momentos tira de mi y me vuelve a conectar con la vida, me da el coraje para seguir.

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