«¿Regresará Dios cuando su creación esté destruida?»
El mal de Montano.

Pag.94

«No tuve dudas de que sobreviviría salvaje y poderoso hasta morir de viejo»

El Salvaje.

Pag.690


FRAGMENTACIÓN.

Cierro los ojos un momento, es insuficiente. No volveré aquí.

Arranca el autobús.

La primer parada es un merendero de camioneros, lo usual: estirar las piernas, orinar, respirar el aire nuevo e impregnarse de otra humedad, pido un café con leche y exploro los cristales de azúcar sobre la mesa, encendedor de gasolina blanca, cigarro, esperar a que todos aborden nuevamente y ocupar mi lugar.

La edificación se derrumba, en la calzada deambulan los huérfanos aztecas sobre piedra y huesos.

Mi rostro contra la ventana del autobús: el motor continúa en marcha. Cada palabra que escribo busca los ojos que ahora estarán en alguna calle de muros de piedra volcánica y portones de nogal con balcones de herrería.

¿Adónde habrán corrido los ciervos, volado los Quetzales? Aúllan entre las ruinas los Xoloitzcuintles, reptan sobre cenizas las serpientes, se petrifican los ajolotes y el jaguar arde inmóvil bajo una lluvia de puntas de obsidiana.

Los pasajeros abandonados de si emiten un estertor monocorde y se retuercen en sus asientos, yo miro tras la ventana la oscuridad total del paisaje que por momentos se ve rasgado por relámpagos fulminantes que se divisan en el horizonte y descubren el contorno de cerros y montañas. Recuerdo el amanecer sereno de nuestro paso por Tepoztlán, escribo, cierro los ojos, escribo, abro los ojos, escribo, solo escribo en este combate con la nada.

El eco trae vocablos del náhuatl que caen sobre la tierra: arrastrados por el viento, solo queda un silencio que perdura siglos y soles y lunas.

Miro las líneas que acotan la carretera, una, dos, tres, cuatro, mil, dos mil, cien mil… árboles, tejados, rostros, campos, vacas, señalamientos, nubes, precipicios, puentes, kilómetros, fantasmas, kilómetros…otra parada, miro la baba espesa de un perro que yace al costado de la carretera, sus ojos cristalinos y apagados ¿lo mataron o el se suicidó? Sólo la carretera lo sabe.

La máscara de jade, el collar de oro, el penacho, el cacao, los cascabeles, el maíz de todos colores, las serpientes emplumadas, los guerreros águila, vasija rota: pedacería de barro… fragmentación.

El autobús se tambalea, el amanecer está próximo, muchos tienen este punto como destino, los que continuamos podremos bajar a desayunar, permanecer dos horas,; plaza desierta con charcos enormes que reflejan el sol rojo, entre las ramas de los árboles un concierto de aves y el inconfundible aroma del mar confirman que la ciudad, ellos, todo, han quedado atrás, lejos en otro sentido y ahora son una postal que se irá poniendo amarilla; ordeno un omellet a las finas hierbas; la postal se quebrará y también se fragmentará. Cerré los ojos y sentí el vaivén de las olas arrastrando la arena bajo mis pies. Justo antes de que la ola rompiera: yo me clavaba en ella y la sentía pasar sobre mí. Pareciera que sujetará mis talones queriéndome regresar a la playa; pero yo no pensaba en salirme todavía. Estando ahí me venía la idea de que la muerte fuese una repetición eterna: sorteando las olas es donde me gustaría permanecer. Cuando estaba ahí sumergido escuchando un eco lejano de la superficie, pensaba que ya era parte del agua y la arena, sal, oxigeno. Brincaba entre las olas una y muchas veces, tantas como venían y se iban dejando su rumor y brisa, el horizonte azul me llenaba los ojos, di media vuelta y no mire más aquel precioso mar: me sentí profundamente triste.

Hay instantes en la madrugada, en las esquinas de las casas; que se escucha el huéhuetl: tum, tum, tuuum, tuuuuum, una y otra vez adentrándose la percusión en tus oídos, en tus huesos, en tu memoria y filtrándose en tu tejido celular como la humedad; Tum,tumm, tuuum.tuuuuum, filtrándose y enmoheciendo tu alma.

Otra parada. Primer pie en la acera: primer hombre en la luna; el hijo lejos de casa, pocas pertenencias, inventario : una libreta, distintos lápices, carboncillos, tres libros, una almohada, mi máquina Olivetti, dos playeras…18 años cumplidos; mientras espero el anuncio del chófer para abordar de nuevo; un niño pasa corriendo sobre la bardita del estacionamiento, se detiene justo frente a mi, una tenue llovizna comienza a caer, yo por decir algo le pregunto si tiene idea de la hora. Avisan que hay tiempo para un café: el tiempo se estanca y permanezco encorvado, inmóvil con el pensamiento abstracto en la superficie negra y espumosa de una taza de café. Golpes al teclado, tac, tac, tac, como el goteo interminable, innumerable dentro del cenote Maya. El fondo de la taza y sus sedimentos no dice nada, ahora pido un espresso, hay tiempo, observó el color rojizo de la crema, agitó suavemente la taza, aspiro su aroma terroso, un sorbo ¿ y si fuera posible cerrar los ojos, abrirlos y comenzar en cero? Pago y camino hacia la puerta que da al estacionamiento donde aguarda el autobús.

Rostros bronceados, pétreos y moribundos que te abstraen, miradas desde el fondo de un rebozo, seres que estiran su mano huesuda, seres con olor a copal, sobrevivientes.

Ahora en la carretera se abren grietas, los paisajes se diluyen como el dibujo de acuarela sobre el que se derrama agua. Estoy a miles de kilómetros del que fuí, mis memorias dispersas en el camino, el tiempo; este dolor y esta adicción de literatura me han fragmentado.

Abro los ojos.

Parada final.

Huele a hierba y pino, se escucha un riachuelo por ahí, hace frío, no hay fantasmas, se mueven con fuerza los árboles y no puedo saber si es el viento o son lobos lo que aúlla; me adentro en el bosque.

He sobrevivido.









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