Sospecho que todo tiene un valor, y que siempre alguien pagó ese valor porque no existe nada que no tenga precio y nada que no pueda ser vendido. Yo soy un producto en venta y un vendedor de mí mismo. Vendemos inconscientemente cuando hablamos, cuando pensamos, cuando trabajamos y cuando dormimos. La vida humana es vender y cuando las ventas están duras más se debe vender. Vendemos para aparentar, para sobrevivir, para elevar nuestro estatus social, vendemos para tener cosas, y luego, volver a vender estas mismas cosas y volver a comprarlas, y volver a tenerlas. Al fin y al cabo, las cosas van y vienen pero las ventas están todos los días. Vender nos define como personas pero no todos vendemos igual. Unos venden con los ojos cerrados, otros venden dando patadas, otros venden recibiendo billetes, otros venden mientras juegan golf, otros venden de motel en motel y todos venden de una forma u otra. Nadie se escapa a las ventas. Ni siquiera los Monjes tibetanos más alejados pueden dejar de vender: Tienen monedas y venden de todo. Los comunistas venden haciéndole creer a la gente que nada venden, son los sofistas de las ventas, aparentan vender lo invendible pero se quedan con la transacción. Por el contrario, los capitalistas son los reyes de la venta, son Zeus en el Olimpo dando golpes a la tierra con su rayo. Zeus tiene su corte de deidades y todas ellas, salvo ciertas excepciones como los Titanes, están subordinadas a sus órdenes sin excepción alguna. Así mismo, las cabezas del sistema capitalista a nivel global son esa corte de deidades que juegan con un vulgo de 9 billones de humanos, incluyendo a los rebeldes, los cuales no son sino manifestaciones empobrecidas de capitalistas disconformes con la repartición.
Personalmente a veces me resulta traumática y retrógrada la idea de vender. Yo sé que afirmar tal cosa es como afirmar en un quatrivium escolástico católico que dios es un invento de unos locos ebrios de poder, por tanto, soy consciente que una afirmación tal, denigrando las bondades de las ventas y sus contextos capitalistas, es pretender luchar contra un sistema que no te dará ninguna salida y, por el contrario, usará cualquier idea que tengas, por más demente, insana o genial, para vender y vender más. En la edad media el sistema no era capitalista como lo es hoy, era un sistema religioso excluyente y ultraceremonial donde para sobrevivir tenías que hacer parte de él; luego de la independencia mental de los ingleses frente a Roma, éste sistema degeneró aún más, pues anteriormente se podía vivir en muchas partes conocidas sin el sistema religioso pero ahora el sistema capitalista no te deja escapatoria. Podrás hacer lo que quieras pero todo lo tienes que comprar, alguien lo tiene que vender, y deben existir factores terciarios para que más gente multiplique ésta acción y todo se multiplique.
Las pandemias han sido una pesadilla a nivel inconsciente en una sociedad de inconscientes. Los brotes de AIDS en la antigua Leopoldville al principio parecían ser un castigo de Dios a unos pobres negros abandonados en el Río Congo a merced de la selva y las fauces del imperio belga. Sin embargo, el brote degeneró en múltiples facetas y actualmente es una de nuestras pesadillas más recurrentes, junto al cáncer, el cual aún no tiene cura y limita nuestro desenfreno orgiástico natural. Sin embargo, tanto el cáncer como el virus del AIDS, curiosamente actúan de la misma forma que el sistema capitalista: Una vez tienen un objetivo, lo invaden, lo desgastan, lo abandonan destruido y buscan un nuevo nicho donde repetir sus acciones, duplicando a su paso la cantidad de miembros pertenecientes a esta liga de devastación. Por tanto, vender es una acción viral que desgasta nuestro entorno y desgasta nuestra vida en cosas vanales y cíclicas. Somos una ameba contagiosa y con ganas de reproducirse en un mundo no apto para vender descontroladamente. Nuestro Dios no es más que un cúmulo de deshechos abandonados y que ya no tiene valor. Reducimos nuestra esencia a una acción motora inconsciente y a partir de ella valoramos superficialmente a nuestro alrededor desarraigando la crítica y reduciéndonos a robots que se duplican sin cesar.
Por lo anterior: Soy una persona que cumple los requisitos de la palabra Vago. No solo no me gusta vender sino que no le veo sentido: Considero que que vender idiotiza a la gente y simplemente aliena mentes enceguecidas que necesitan repetir patrones para ser reconocidos en una masa de ignorantes con egos y lujos. Sin embargo, confieso que para llegar a esta conclusión tuve que trabajar un par de veces pero hoy con 40 años he confirmado que vivir sin pensar en vender libera a la gente. Ser vago es un rompimiento total con el paradigma contemporáneo del hombre exitoso pero de igual forma la vagancia te quita esa efervescencia barroca con la cual queremos disfrazar nuestra aburrida como trabajadores que venden su tiempo, y esto produce efectos colaterales en un más alto nivel.
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