Te observé, de espaldas a mí y desnuda, mirando el mar, un mar cualquiera, que más da, lo importante es que por fin lo hemos hecho, hemos huido de esa absurda realidad en la que nos habíamos dejado enterrar y que nos impedía respirar y amarnos plenamente.
Cuando te propuse el viaje tenía miedo, terror a que me dijeras que no, que a donde, que para que, cuando realmente eso era lo de menos, lo de más era el ir contigo, no importaba donde, porque donde yo quería ir era a ti, quería perderme hasta el fin de mis días en tu cuerpo, explorar cada pliegue, cada hendidura, ni París, ni el Caribe, ni el Mar de China, era a ti a donde quería sacar un pasaje solo de ida, porque una vez en ti nunca hubiera vuelto.
Al final elegimos el mar, creo que solo para poder verte casi desnuda al sol cuando no pudiera hacerlo totalmente al amparo de nuestra habitación, el refugio donde instalamos esos días el centro de nuestra existencia. Solo estábamos tú y yo, y no existía el tiempo, ni la prisa, ni el futuro, ni el pasado, solo el presente, solo cada segundo contigo, dentro de ti, a tu lado, el murmullo de las olas era solo roto por tus, por nuestras risas, por los suspiros, por los silencios interminables en los que se convertían nuestros abrazos.
Incluso las comidas eran actos de amor, nuestros paladares se llenaban con matices dulces, picantes, sabores que nos alejaban aún más que la distancia física de nuestra cotidiana realidad, dejábamos que nuestros sentidos se embotaran con el vino y te escuchaba, sin prisa, disfrutando de cada palabra, mirándote a los ojos y dejando que todo lo demás desapareciera, solo estabas tú y, al fondo, el mar.
No vamos a regresar, no querías entenderlo, era perfecto, ¿para que volver? El mar, el sol, tú, yo… todo lo demás era prescindible. Te enfadaste y me dijiste que te ibas a dar un baño. Supe que podría convencerte, así que cogí la botella de champán y dos copas y entré en el cuarto de baño, estabas preciosa, con los ojos cerrados y abandonada completamente a la tibieza del agua, la espuma apenas tapaba tu cuerpo. Abriste los ojos y me sonreíste:
– Tenemos que volver, el trabajo…, obligaciones…, no seas niño.
Dejé la botella y las copas y me acerqué, tomé tu cara entre mis manos y te di un beso, el más dulce que te he dado y me diste nunca, noté que una lágrima corría por mi mejilla, me separé, te sonreí y hundí tu cabeza en el agua, te resististe, yo seguía llorando, no volveremos, aquí somos felices, el agua salpicaba el suelo del cuarto de baño, tus uñas se clavaban en mis brazos intentando que te soltara, de pronto el silencio de nuevo, solo quietud, bajo el agua tus ojos abiertos me miraban.
Te cogí en brazos y te llevé a la playa, no volveríamos, estamos en el paraíso y aquí seremos felices, entramos en el agua, cada vez pesas menos, desnuda en mis brazos para siempre, tal como había soñado, sigo caminando.
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