─Vengo por mis cosas.
Lucía piensa, dice y hace a velocidad de relámpago. Yo soy más de darle vueltas a todo, como en el desayuno.
Sí, lo reconozco. Tomo leche con cacao y remuevo bastante. Es mi cruzada contra los grumos en superficie y el depósito marrón, como de barro, abajo, en el fondo de la taza. Hace tiempo que dejé el café. Me da palpitaciones. Ahora, con la cuarentena y lo de Lucía, ni te cuento. Es verdad que ya se puede salir, pero a mí esto de la desescalada me da pavor. Más que fases, veo fosas. Más que desescalar, me despeño seguro. A Lucía, en cambio, le ha faltado tiempo para venir a asestarme el golpe definitivo.
Esta mañana ha entrado en el apartamento y en un pis pas ha recogido, por este orden: su cargador del móvil, su mechero, su té verde ecológico y las bragas que se dejó aquí la primera vez que nos acostamos. Negras con mariposas de colores.
─Puedes tirar el cepillo de dientes. Ya me tocaba cambiarlo de todas formas.
─¿No quieres saber dónde estaban las bragas? Las encontré por casualidad…
Otro rayo cegador deslumbró el salón por un instante. La mirada de Lucía. Como mi piso es un segundo interior, en el fondo lo he agradecido. Nunca se sabe de dónde puede venir la iluminación. Ahora lo entiendo.
Lucía ha dicho adiós. Las mariposas se han quedado.
Habrá que abrir para que salgan.
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