Empatizamos desde la primera vez que nos vimos, durante la fiesta de bienvenida, que el embajador ofrecía a quienes habíamos resultado beneficiados con una beca de JICA .
Su dulce mirada recorrió la sala como tratando de encontrar alguien con quien pasar la velada.
Fue apenas un instante, durante el cual se cruzaron nuestras miradas, pero eso bastó para que ambos supiéramos que lo nuestro no sería sólo un fugaz encuentro.
Caminamos uno hacia el otro, como tratando de disimular nuestro mutuo interés, coincidiendo en el centro de aquella atestada sala.
«Hola», me dijo, sin poder reprimir su deseo de conocerme. ¿ Cómo te llamas?. ¿ De dónde vienes?. ¿Cuánto tiempo estarás en Japón ? Fueron demasiadas preguntas para un sutil instante, durante el cual no lograba salir de mi ensimismamiento.
Sus ojos claros, color verde aceituna con su preciosa iridiscencia, resaltaban un hermoso rostro nácar, luciendo cual corona a un brevemente castañado cabello que descansaba en sus finos hombros, como si estos sirvieran de compresa a una cascada de aguas cristalinas.
Su hialina sonrisa dejaba entrever unos diminutos y a la vez discretos dientes, que, al igual que esculturas de mármol de Carrara, resguardaban una finamente delineada boca, como queriendo protegerla de cualquier beso vagabundo.
Su inefable y virginal cuerpo competía sin handycap con la Diosa del Nilo y su elegante porte lucía cual miembro de la realeza de una familia europea.
A partir de aquella noche, ya nada sería igual.
Nuestros ¨casuales¨ encuentros ocurrirían cada vez con más frecuencia.
Aún recuerdo la primera vez que tomé su mano. La finura y frivolidad de un exquisito ónix, contrastaba con la calidez de un corazón ávido de compartir el fulgor que lo incitaba a seguir latiendo.
Y el primer beso en su mejilla, me trasladó a un paraíso que, lejos de ser terrenal o divino, sublimó mi ser al llegar a sentirme inmerecedor de tal privilegio.
Era ella francesa por nacimiento, al igual que su madre. Regia de corazón, al igual que su padre.
Al unísono aprendimos a «sentirnos» con el idioma local.
Totemo kirei desu ne.
Anata ga suki desu.
Juntos recorrimos los barrios de Tokyo: Akihabara y su impresionante tecnología de punta, Roppongi y su nocturno mundo de Geishas, Shinjuku con su glamour y sus grandes corporativos multinacionales.
Asistimos a la Ceremonia del Té en el templo de Meiji. Fuimos a una representación en el Teatro Kabuki. Vivimos el Baile de los Abanicos en Gion Corner. Subimos la Torre de Tokyo. Pasamos un día entero en el Zoológico de Ueno.
Visitamos el Reloj de Agua, en el Sunshine City, el Edificio del Parlamento o Palacio de la Dieta, Tokyu–hands y su impactante comercio, el magnificente Estadio Nacional de Yoyogi, el Parque Nacional de Hakone, e incluso presenciamos un torneo de Sumo.
Nos tomábamos fotos en cada lugar, como queriendo inmortalizar cada momento juntos.
Pasaron los meses y nuestra relación suplicaba a gritos ir más allá.
Sus hermosos ojos parecían incitar cada vez a internarme más en su ser y su cuerpo insinuaba el deseo de entregarse al mío, sin tan sólo un atisbo de vacilación.
Se acercaba ya el fin de mi permanencia en ese país, la cual llegaría a feliz término tras un recorrido por algunas de las principales ciudades de aquel hermoso archipiélago.
Había que esperar.
Decidí, sin consultarle, aguardar a mi regreso. Serían sólo un par de semanas.
Ella esperó sin reclamo.
Shinkansen rumbo a Kamakura, y su templo Kotoku-in, con su imponente Gran Buda de bronce y mi recuerdo de su dulce aliento.
Shinkasen rumbo a Osaka y su opulento Castillo del siglo XVI, extrañando sus caricias recostados en los verdes jardines del Palacio Real.
Shinkansen rumbo a Kobe, con su Templo Ikuta-Shrine del siglo tres a.c. y mi añoranza de aquellas tardes tomados de la mano, manteniendo sólo pláticas banales.
Shinkansen rumbo a Kioto, con sus monumentos históricos como antigua capital y mis remembranzas de largos fines de semana compartiendo música de nuestras diferentes culturas.
Shinkansen rumbo a Nara, visitando el Templo Todaiji, entre venados corriendo al aire libre y mi inquietud por encontrar el lugar y momento adecuados.
Shinkansen rumbo a Hiroshima, sintiendo el dolor de la crueldad humana en su máxima expresión, que aún flota en su triste ambiente, dudando en tomar la decisión correcta.
Shinkansen rumbo a Tsukuba, visitando su gran feria internacional, tratando de evaluar posibles riesgos y consecuencias, asumiendo responsabilidades.
Shinkansen rumbo a Fujikura, recorriendo su industria de tecnología de primer mundo, pensando en una forma de no herirla ni marcar su vida.
Shinkansen de regreso a Tokyo, moderna capital cosmopolita, habiendo tomado una decisión, después de un viaje por la preciosa isla de Honshu.
El reencuentro fue mejor de lo esperado.
Sentimientos a flor de piel y deseo desbordante.
Ella quiso regalarme el tesoro más grande que una mujer enamorada puede ofrecer a un hombre.
Yo le otorgué mi mayor presente: hacerle ver que no valía la pena desperdiciar un momento tan sublime con un Amor fugaz y pasajero.
Ella dieciseis yo veinticuatro.
Toda una vida por delante …
Fotos por Jesús Félix Gómez.
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