Desde el primer día del confinamiento me propuse mantener una buena forma física.

Generalmente soy un tipo indolente, instalado cómodamente en mi jubilación; pero cuando tomo una decisión la sigo hasta sus últimas consecuencias.

A las nueve de la mañana me visto con una camiseta, un pantalón corto, me pongo mis zapatillas deportivas y empiezo a caminar pasillo, salón, habitación, pasillo. Y así una vez, dos, cien, doscientas, mil. Nunca cuento las vueltas que doy, al principio lo intenté pero siempre perdía la cuenta.

Y me noto en buena forma. Pero tengo el parquet destrozado, los vecinos de abajo han amenazado con denunciarme por ruidos y mi mujer quiere pedir el divorcio porque la desesperan mis paseos.

Maldito coronavirus.

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