—El mundo está confinado, quién lo desconfinará, el mejor desconfinador que lo desconfine, buen desconfinador será.
—¿Lo ve, doctora? —añadió mi madre, preocupada—. Yo ya no sé qué hacer con esta niña… Lleva así desde la última vez que salió a comprar el pan, hará ya una semana.
La doctora, con las gafas al borde de una trágica caída de la punta de su nariz, enarcó la ceja y asintió pensativa.
—Ya veo, ya. Todavía es pronto para hablar de cuarenpena, pero no lo podemos descartar… —prosiguió la médica—. A ver, cariño, ¿cómo sigue “Pablito…”?
—Pues… Pablito salió un ratito, ¿qué ratito salió Pablito?
—Hmm, esto tiene mala pinta… Déjeme probar algo más —pues, si por algo era conocida la doctora era por no tirar nunca la toalla—. ¿Y si te digo “El perro de San Roque…”?
—¡Fácil! El perro de San Roque no tiene rabo, porque Ramón Ramírez demasiado tiempo lo ha paseado.
La doctora lanzó a mi madre una mirada alarmada y, ante los síntomas tan evidentes, no le quedó otra que recurrir a su as en la manga.
—¿»Supercalifragi…»?—empezó la doctora, con un leve temblor en la voz.
—¡… listicoespialidoso!— continué movida por una inercia entusiasta.
Antes de que la doctora pudiera saborear su aparente victoria, me subí a la silla de un salto y, a grito pelado, terminé con un: “aunque no salir de casa sea espantoso, quien va a la farmacia tres veces al día es un tramposo, ¡¡Supercalifragilisticoespialidoso!!”.
La pobre médica y mi madre, todavía con la duda de si reírse o tirarse de los pelos, se miraron exasperadas y suspiraron.
—Bueno, pues no hay mucho más que yo pueda hacer… Le voy a recetar tres tomas de balcón al día y todas las noches antes de irse a dormir Deskonexión© en sobre. ¡Ya verá cómo mejora!
—Gracias, doctora, nos deja más tranquilas, ¿verdad, hija?
…
—¡Siguiente!— llamó la médica a consulta.
El pobre hombre que iba después, antes siquiera de poder saludar y cerrar la puerta, soltó: “Tres tristes triceps pierden brío en un tris tras”.
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