Sábado, 7:23 a.m.

Sábado, 7:23 a.m.

Sábado, 7:23 a.m. Hace una mañana fría y Álex sale sin guantes ni bufanda a pasear a Nora, pincher de año y medio. Decenas de taxis pasan a su lado en cuestión de minutos. De una ventana de un edifico un tanto ruinoso sale una fina humareda blanca y se escucha una música muy alta, es techno. Nora se detiene a hacer pis en un árbol enjaulado en un mísero rectángulo de la acera. El árbol está seco y decrépito. Se cruza con una chica muy joven que camina a toda velocidad; desprende un perfume demasiado dulzón, como de señora mayor. Un hombre bajito y sesentón le pasa muy de cerca; va fumando un puro. Tres minutos después llegan a la parte baja de la Cuesta de Moyano y comienzan su peripatético ascenso.

—¿Tú qué dices? ¿Crees que existe esa cosa llamada “alma”? ¿Crees que se puede reflejar de alguna forma en lo que somos capaces de exteriorizar, en lo que mostramos a los demás a simple vista? Dime, ¿qué opinas?

Silencio. Nora se detiene a olisquear un excremento depositado en forma de espiral perfecta sobre la acera. Álex sonríe.

—Yo creo que quizá podamos empezar a percibir el alma de alguien a través de su mirada, a través de sus gestos, su entonación, su forma de tocar a otros, ¿no? A través del modo de humedecerse los labios, de andar, de bailar; o a través de su forma de dormir, boca arriba, boca abajo, de lado, abrazando la almohada, estirado a todo lo ancho y largo de la cama… ¿No crees?

Silencio. Pocos minutos después, y tras rodear la estatua de Baroja, emprenden el camino de vuelta. Al entrar en la casa, Álex arruga la nariz y decide abrir algunas ventanas. Hay un bulto respirante debajo de sus sábanas. Unos pies número treinta y ocho asoman al final del colchón. En la cocina, pone una cafetera a calentar y se acerca a la ventana. El reflejo en el cristal le devuelve la imagen de un rostro somnoliento y algo desgreñado. Dos manchas azuladas rodean sus ojos. Permanece en esa posición un minuto o tres horas, aproximadamente. La cafetera empieza a silbar y Álex se acerca lentamente al fuego, lo apaga y se sirve una taza. Le pone un poco de leche de almendras y media cucharadita de azúcar. Toma un pequeño sorbo. Sirve otra taza. A esta le pone leche de arroz y nada de azúcar. Con las dos tazas en las manos se dirige a la habitación. La única habitación de su piso de 45 m² del centro de Madrid.

—Ya son casi las ocho, tienes que levantarte.

Silencio. El bulto respirante comienza a moverse y emitir pequeños quejidos. Abre un ojo con dificultad, abre los dos ojos, pestañea y sonríe. Álex se inclina y le da un beso en el hombro.

—Toma. Prueba a ver, creo que le he echado bien de azúcar.

—Está perfecto. Gracias.

Álex se sienta en la cama y bebe en silencio. Observa la habitación a su alrededor. Hay ropa tirada por el suelo y la cama de Nora también está deshecha. Un rayo de sol se filtra entre las cortinas blancas y está enfocando un punto de la habitación: un libro cerrado encima del escritorio. Al lado está su máquina de escribir, una magnífica Underwood de 1917, la joya de la corona. Álex se levanta, con la mano derecha acaricia las teclas h, j, k, l; con la mano izquierda toma otro sorbo de café. Sin decir nada, vuelve a la cocina y se prepara una tostada con margarina. A través de la pared se escucha el ruido de la ducha. Un sonido de patitas se acerca, Nora reclama atención y, como siempre, un trocito de tostada con margarina que Álex le concede sin pensar.

—Apenas nos conocemos, pero de alguna forma siento esta conexión contigo que no sé explicar y…

Nora olisquea el trozo de tostada y se lo come en seguida sin masticarlo.

—Así no se pueden saborear bien las cosas, Nora.

El sonido de la ducha ha cesado y ahora un ajetreo de pasos ocupa su lugar. Finalmente, los pasos se dirigen a la cocina.

—Menos mal que me has despertado. Se me había olvidado que tengo que ir quince minutos antes para hablar de la reunión de mañana y ya voy a llegar tarde —Álex sonríe a medias—. ¿Nos veremos el fin de semana?

—Claro, luego te escribo y concretamos día.

—Vale, hasta luego.

Nora continúa observando el resto de la tostada con deseo. El piso entero está en silencio.

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