Un duro y grato camino

Un duro y grato camino

Eva Fernández

11/06/2017

Algo que sin duda la caracterizaba, era su bondad. La gente a su alrededor siempre sacaba a relucir el gran corazón que guardaba en su interior, tal vez por eso decidiera hacerse enfermera.

Su primer año de facultad no fué muy diferente a como se lo había imaginado tras escuchar los comentarios de algunos conocidos que ya cursaban la carrera, por lo que se había mentalizado para el cambio que suponía terminar el instituto y comenzar la universidad. Mucho hincar codos y no demasiadas prácticas que realizar.

El segundo año fue otro cantar ya que debía rotar por las diferentes unidades para completar sus prácticas, y la que ahora comenzaba, no era precisamente su especialidad por lo que se sentía nerviosa y carente de cualidades para un trabajo con tanta responsabilidad como el que requería aquél, pero era algo por lo que debía pasar le gustase o no.

Atendió a las indicaciones de su responsable con suma atención, no quería que se le escapara ni una sola palabra, y para su estupor, en un abrir y cerrar de ojos se vio «sola ante el peligro». Se las apañó como pudo, concentrada como si le fuera la vida en ello y a bocanadas de aire que templaran sus nervios. ¡Listo el primero!- Pensó. Le observó con asombro, casi manteniendo la respiración y le estrechó con sumo cuidado entre sus brazos. Tenía miedo de hacerle daño, pero a la vez estaba maravillada por su dulzura y fragilidad. Con tan solo un día de vida aún tenía mucho que recorrer en su camino, pero ahora, lo primero era regresar junto a su madre. Lo posó con seguridad sobre el colchón de la pequeña cuna y lo trasladó con rapidez hasta la habitación en la que la primeriza le esperaba con ansia e ilusión.

Alfín se había iniciado en una nueva fase de las muchas que tendría que recorrer en su vida. Aunque pudiese parecer extraño, esa había sido la primera vez que cogía a un bebé tan pequeño y era por ello que aun seguía algo atemorizada por la experiencia, pero debería dejar a un lado sus miedos si quería superar con éxito esos días obligatorios en el ala de maternidad.

A pesar de venir de una familia numerosa, no había tenido ocasión de poder practicar con un infante de tan cortísima edad aunque pronto cogió algo de confianza, desenvolviéndose con más agilidad. La mañana se le hizo más corta de lo que en un principio imaginaba pero aún tenía una larga tarde de estudio por delante. Los exámenes estaban por venir. El temario era extenso y tras un día agotador, sus ojos no estaban muy por la labor de mantenerse inmersos en aquellos textos. Sin duda alguna esa era la parte más tediosa con la que debía lidiar.

-Esto no es para mí -se dijo-. No voy a conseguirlo.

Nunca se había considerado una buena estudiante aunque solía obviar ese detalle durante las prácticas, las cuales le entusiasmaba. Le pareció casi un milagro haber finalizado con éxito el primer año y ahora tenía la duda permanente sobre si sería capaz de lograrlo por segunda vez, ya que era sumamente consciente de que debía esforzarse mucho más que el resto, aunque también era cierto que los compañeros la envidiaban por lo bien que se desenvolvía en cualquiera de las prácticas que realizaban, a pesar de que ella nunca reconocía esa virtud, achacándolo simplemente a la buena suerte.

A veces se preguntaba por qué no habría escogido otro oficio, pero lo cierto era que ningún otro le apasionaba tanto como el que éste le ofrecía; poder ayudar a la gente en los momentos que, sin duda alguna, más lo necesitaban. Como era el caso de Nicolás, un bebé prematuro que debía permanecer en la incubadora más tiempo del que sin duda sus padres deseaban; o la pequeña Sara, a la que tuvieron que cortarle el frenillo porque ya le había provocado grietas a su madre; o el adorable Hugo, que se vió obligado a volver al hospital al mes y medio, no porque él se encontrase enfermo, sino porque su madre seguía portando un diminuto trozo de placenta que le había complicado un poco su recuperación y como era lactante, debía ir allí donde se estuviese su madre.

Aquél lugar estaba provisto de un sinfín de anécdotas e historias de todo tipo. A veces se sentía como en un concurso en el que detrás de cada puerta se escondía una historia completamente diferente a las demás, con la única similitud de que todas ellas partían de una nueva y pequeña vida que hacía sonreír a todo aquél que se encontrara a su alrededor y aún más a los dichosos progenitores.

Dichas vivencias le aportaron, no solo maestría en su labor, sino en el camino de la vida, dándose cuenta más de una década después de que el trabajo más difícil que desempeñaría jamás, era sin duda alguna el que le ocuparía el resto de sus días a raíz de que ella misma se convirtiera en madre.

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