El sabor de la sangre

El sabor de la sangre

Hank JOPECA73

03/06/2017

Desperté del letargo, atado en la cama de pies y manos, dos tubos alcanzaban mis entrañas, una venda cubría mi cabeza. Mi mente estaba aturdida, confusa, trataba de mirar alrededor para situarme. Quise preguntar a una joven vestida de blanco, pero mi boca no fue capaz de articular palabra alguna. Conseguí desencadenar una de mis manos y tiré de uno de los tubos que alimentaban menos que dolían. Mi boca se sintió seca, recordé el último cigarro que había apurado hasta rozar la ceniza ardiente con mis labios. Tiré del otro, sentí un vacío enmis fosas nasales, un dolor agudo que amplificaba mis sentidos trasladándose a todo mi cuerpo. Sentí el sabor a sangre en mi garganta. No podía moverme. Una mezcla de ansiedad y desesperación pudo con mis pocas fuerzas, hasta que desfallecí. Volví a despertar. Esta vez sería imposible alcanzar las cánulas que torturaban mi paciencia, no oiría nada ni me oiría nadie, mi boca estaba ahogada en su propia sed. Creí haber muerto sin haber llegado a la luz del túnel, sin haber sentido el sabor de unos labios en los míos, sin haber conocido el amor. La joven ataviada de un blanco intenso volvió a aparecer frente a mí y se acercó. Susurrando me advirtió que sería imposible volver a soltar mis manos, que tuviera paciencia. Esa fue mi única compañera esas horas o días, qué se yo, que duró mi doloroso despertar. Entonces recordé por qué estaba allí. Miré a mi izquierda y vi cajas de medicamentos esperando, mirando y aplaudiendo cada intento que hacía por soltar lastres. Lo volvería a intentar, pero las cadenas eran cortas y pesadas. Mi mente fue despejándose poco a poco, aunque no logré recordar nada ni a nadie. Mi historia empezaba en esa cama de hospital y mi única familia era la joven enfermera. El único recuerdo era mi presente, el único sonido el de la máquina que me alimentaba y el único sabor el de la sangre.

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