Adoro los rincones que se fueron armando en la casa, como si en realidad no hubiera una intención de dónde colocar cada cosa. Me senté al lado del fuego, desprovista de todo pensamiento y me dediqué a observar los rincones. Uno de mis favoritos está justo al costado de la chimenea, en el que cuelgan pequeños cuadros de diferentes países. Francia, Inglaterra, Italia entre otros. Lugares a los que nunca fui pero me imagino allí, quizás en otros tiempos. 

Lo peculiar de esta casa es que nos cayó como del cielo y la mayoría de las cosas solo se sumaron a nuestra vida y uno le fue tomando cariño. Otro rincón es el mío, donde hay una pequeña tuna rayada, tuna que le robé a mi vecina y espero que jamás se de cuenta. Es un rincón coronado por la luz del sol durante todo el día y para mi es especial.

Muy cerca está el rincón de Skar, que tiene su cama cómoda muy cerca del calor del fuego aunque siempre prefiere ir a dormir al cuarto de las nenas, once años y todavía no aprende a dormir solo.

 En el cuarto está el rincón de Nico, con sus mega parlantes que cada vez que escucha música nos tiemblan los vidrios y las nenas cierran la puerta del cuarto quejándose que no se escuchan los dibujitos. El cuarto de ellas ya no tiene ni un solo rincón disponible entre el castillo gigante, las camas y los cientos de juguetes.

Si pienso en el resto de los rincones que quedan sin nombrar, en todos hay juguetes o cuadros archivados, como esperando su momento de gloria. Cuando nos mudamos a esta casa nos sorprendió la cantidad de cuadros antiguos, bueno todo era antiguo. 

Se estaba muriendo el fuego y volví en sí. Sentía como se desvanecían las imágenes de todos los rincones que fui nombrando. Skar me miraba como pidiendo que ponga más leña y no quedó otra opción pues el frío se empezaba a sentir en todos los huesos.

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