Huele a ti. Aunque respire con dificultad, sé que huele a ti. Puedo sentirlo en cada uno de los resquicios de mi piel que se quedaron sin vendar. No me toques, no quiero perder este olor. Deja que cada fibra de mí se funda con ese aroma de hojaldre, tan frágil y delicado, que podría romperse con tal sólo un pestañeo.

No te acerques a mí, que ahora tengo en mis labios el sabor de uno de tus besos de tomate. Cuando probabas ávido aquella delicia que acababas de prepararme, y me besabas después para poder decirme que mis besos sabían mejor.

No hables en pasado, ¿quieres? Y sigue removiendo esa bechamel tal y como lo haces, que yo desmenuzaré los champiñones y los verteré todos por encima para que me regañes. Sé que ya no puedo moverme pero deja que imagine que manchas la punta de mi nariz con esa crema de boletus; que la manchas con un movimiento delicado para después quitármela toda. Y aun así siga oliendo a ti.

Solía ser tu pinche en la cocina, aunque en realidad lo único que hacía era abrazarte por la espalda; me decías que eso era suficiente, que era lo único que necesitabas. Así que te abrazaba y realizaba cosquillas con el mismo esmero con el que tú troceabas los espárragos trigueros y los echabas en la sartén, junto a los pimientos y algún otro ingrediente que nunca me dejabas ver para que siguiera vivo el secreto.

Lo que no sabías es que nunca quise saberlo. Prefería mantener el misterio que nos hubiera mantenido a salvo. Porque a veces la verdad es un accidente, amor; y una confesión en mitad de la carretera puede llevarte al final del camino en apenas un volantazo.

La soltaste, de repente, a quemarropa, y quizá por eso me ardieron las manos y yo solté el volante. No lo sé. No lo recuerdo y tampoco pretendo recordarlo.

Ahora que mi memoria es un álbum de fotos reducido a pedazos, prefiero quedarme con la última instantánea de tus ojos verde lima.

La que ponías sobre el lenguado y que a mí tanto me gustaba, como todo lo que tenía que ver con tu lengua.

Y con la mía.

Sé que no estás, pero deja que te hable. Escucha mis delirios que sólo a ti puedo contarte y quédate un ratito más, aunque sólo sea para que saboreemos juntos los matices de la culpa. Tan insoportable que no alcanzo la manera de explicarle al tiempo que volvería a esa carretera, con el sólo deseo de quedarme tirada a tu lado, y no tener que vivir sola esta condena.

Para que nada más tuviera vida que aquel secreto que con tanto afán me ocultabas mientras cocinábamos aquella receta nuestra de la que nunca quise saber su último ingrediente.

Nunca quise perderte, ni quiero ya sanar mis heridas.

Así que hazme un huequito en la cocina y siente uno de mis besos de tomate, de esos que saben mejor.

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