— ¡El agua!, !El tubo!, ¡Cierre el registro!, ¡Páseme el destornillador de estrella!
— ¡Hermaaaano!, ¡Muévase rápido!, ¡No ve el chorro de agua que va doblando la esquina!
— Entonces hágalo usted, no me chancletié, déjeme sano.
Emmanuel, se despertó a las puntuales cinco de la mañana de un día lunes, con la estridente conversación de dos ruidosos hombres; dormía tranquilamente en la habitación del primer piso que daba contra la ventana de la calle, en la pensión de Doña Mary, la mujer de la que todo el mundo en el barrio hablaba mal, pero a la que siempre le pedían dinero prestado a gota gota.
La voz de los desconocidos, sumada a un hedor insoportable, lo impulsaron a salir desesperadamente de la habitación, con lo que era una vieja sudadera de pijama y una libreta de apuntes, «por si las moscas» la noticia no espera. Emprendía su vida laboral en el impredecible oficio de reportero, había recibido una vacante en el periódico local del barrio, gracias a su curiosidad nata y sus nervios de acero, llamado: «El coruñazo». Todos los días empezaban con el afán de reportar hasta los más simples y melodramáticos asuntos de la vida cotidiana. ¡Vaya que no le gustaba!, ni un poco, tener que destacar entre los demás seudo-periodistas locales por su auténtico amarillismo, que le proporcionaba el dinero suficiente para sobrevivir.
Era un joven más, atravesado por la espina de las costumbres y la pobreza de una ciudad que todo lo divide en dos: norte y sur, Rosales y Potosí, ricos y pobres; pero aun con las clasificaciones y cientos de barreras invisibles, de códigos de vestuario, lenguaje y demás, nada podía evitar en él la sensación de convivir en una urbe con más de ocho millones de habitantes, que más bien parecen sombríos muñecos de trapo. Sin excepciones en cada una sus travesías de caza-noticias repetía para sí, con ácido humor Bukowskyano: ¡Un hombre vivo! y cómo le gustaban esas palabras, la sensación de pronunciarlas con su voz de muchacho adolescente, con la memoria del único poema que le gustaba y su poca pasión por las letras.
El mundo, que antes de ese día parecía un lugar frío e inhóspito, se había transformado rápidamente en un bizarro teatrino, una comedia barroca de las más hóstiles. Mas de un curioso había despertado para confirmar el origen del olor que percibian impregnado en su piel; Manu, como lo llamaba la casera Doña Mary, veía con una furia indescriptible, los montones de billetes que había escondido durante años en un bloque falso de cemento del primer piso de la pensión, justamente en la esquina del patio donde se encontraba el lavadero.
Los ahorros de su vida, ahora simulaban pequeños montículos de lodo, donde los rostros de los padres de la patria lucían desfigurados, lo cual hizo pensar a Manu en las irónias de la vida: un país que oculta sus fechorías en el lodo, siempre será un lodazal. — ¡Claro, eso es, ahí está la noticia!— dijo en voz baja, pero luego reflexionó y comprendió que hablar una vez más de políticos y corrupción no era nada extraño y que además podrían cortarle la cabeza, por que aquí el derecho a la libre opinión es lo más cercano a ser como hereje en la Edad Media.
No obstante, otros inquilinos emergieron de sus sombras para asegurarse la primera fila en el evento: La señora Vela -quien habitaba en el segundo piso- había salido de su cama tan velozmente para recibir a su esposo, quien llegaba del angustioso trabajo de taxista nocturno; incluso la mujer invisible -cómo llamaba media pensión a la muchacha de vida nocturna, que más bien era una mujerzuela de «la vida alegre»- salió de su caverna sin ningún adorno, de no ser por su piel pálida y mirada fulminante, ninguno la hubiese conocido y notado que el lunes era su día de descanso. Ante los ojos de Manu, nada era tan increíble como la actitud de Javier, el niño con aparente Sindrome de Down que había salido corriendo felizmente gritándole a todo el mundo que veía peces de colores en el agua; como si estuviese presenciando la más extraña de las alquimias, que transmutaba los billetes mojados en cándidos peces en su imaginación.
Los hombres que finalmente lograron despertar por completo al vecindario con sus alaridos, de repente se llevaron las manos al rostro en señal de desconcierto. Rápidamente la atmósfera se lleno de terror cuando todos pudieron notar que, luego de las excavaciones hechas por un desatino en la búsqueda del daño en la tubería, se encontraban enterrados lo que parecían ser los restos de un cadáver.
Mientras todo ocurría, Emmanuel anotaba atentamente: «En la mañana del Lunes 1 de Febrero de 2015 fue hallado el cadáver de un hombre gracias a la más tacaña y ambiciosa de las vecinas de la localidad: Doña Mary, quien por largo tiempo ocultó el dinero de los pagos de sus inquilinos, su pensión y la ayuda a mujeres cabeza de familia, en bolsas plásticas de mala calidad, al rededor de la tubería del lavadero de su pensión, los motivos aún son desconocidos»
— Desconocidos, qué ¿Por qué Mary no conoce un banco o porque la pensión ocultaba un cadáver? Todos saben que la vieja es amarrada… ¡A la mierda! desconocido el tipo y porqué su vida terminó en éste moridero, exclamo y volvió a escribir: «En la mañana de éste día Lunes 1 de Febrero de 2015, Bogotá recibe la noticia de un cruento y común asesinato, de un plan de crimen perfecto lleno de perversidad y malos cálculos, una noticia increíble, para alarmarse y sentir escalofrío…
Y después de los puntos suspensivos cerró su agenda de apuntes incompletos y regresó a su habitación recitando:
— Un hombre vivo, verdaderamente vivo, que cuando baje sus manos después de encender un cigarrillo veas sus ojos como los ojos de un tigre mirando el pasado en el viento. Eso sí sería noticia.
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