Escribo
esto desde el fin del mundo, o más bien, desde el fin de mi mundo.
Tenía
16 años cuando todo comenzó. Parece increíble que una niña rica
con toda su vida programada y resuelta pueda acabar así, hundida en
aquella decisión, atrapada en sus consecuencias y sin poder salir a
flote.
Una
decisión que ya no me deja respirar.
Me
enamoré. Qué bonito ¿verdad?
Era
un hombre de 35 años, moreno, con una barba espesa de color negro
que rara vez me dejaba ver su sonrisa, aunque con el tiempo me di
cuenta de que eso no era problema de la barba. Sus palabras eran tan
fuertes que me obligaban a creerme parte de ellas, a involucrarme en
sus convicciones. Y poco a poco me convertí en una súbdita de su
voluntad, por lo que, cuando me pidió que abandonase mi vida no dudé
en hacerlo.
Migré
a escondidas y de la mano de un desconocido a un País situado en
Oriente Próximo llamado Siria.
Ahora
él me acompaña sin soltarme de la mano, porque sabe que si lo hace
volaré.
Volaré
tan alto que ni las nubes me llegarán a alcanzar y si alguna vez lo
hacen, sus rostros tornarán alegres al verme por fin libre.
Tocaré
los lejanos puntos de luz que bañan el firmamento, los alcanzaré
sin pensar en ti, sólo me preocuparé de seguir adelante conmigo
misma.
Pero
hasta que llegue ese momento todo permanecerá igual, tu fría mano
me seguirá rodeando el cuerpo, dejándome el pecho marcado con tus
yemas de hielo, paralizándome el alma hasta que por fin consigas hacerme
totalmente parte de ti.
Me
vistes con ropas que buscan hacerme olvidar que hay algo debajo.
Pero
me echo la culpa de esto y cada noche me obligo a recordar que soy
prisionera de mis propias decisiones.
Me
despido desde el fin de mi mundo. Ahora sólo migraré a las
estrellas y esta será mi última decisión.
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