Me asombraba su habilidad con las manos y su firmeza. Todos sus movimientos eran precisos, nunca titubeaba. Era fascinante poder observar cómo se movía. Qué lástima que ella no pudiera apreciar lo hermosa y grácil que podía ser. Me entristecía que se viera torpe o un estorbo para los de su alrededor.
Qué cruel resulta que te priven del sentido de la vista, y cómo me odio por envidiar a veces su percepción del mundo. Tan fuerte y bella…no se hacía a la idea de lo inútil que me sentía a su lado, siempre un paso por delante de mí.
Por eso te pedí esto, quise experimentar parte de tu mundo. Disfrutarlo. No sabía que acabaría así: yo sobre la cama con las muñecas atadas con uno de tus pañuelos.
Buscas mi cara con las manos y sonríes al acariciar mis mejillas antes de agacharte para darme un tierno beso sobre la nariz. Finalmente, me colocas un antifaz con el que ponerme en tu lugar. No puedo ver absolutamente nada. Tengo el pulso algo acelerado por la expectación.
Comienzo a escuchar un suave hilo musical, creo que es un piano, pero no puedo diferenciarlo con claridad. Empiezo a percibir también el perfume que desprende tu pañuelo. Adoraba ese aroma a cítricos y canela, lejos de ser empalagoso, era una fragancia muy delicada.
En medio de aquellas notas musicales percibí el chasquido de un mechero y, de seguido, advertí la dulce frescura de esa vela con olor a lavanda que tanto te gustaba. Normalmente detestabas esa planta, te parecía muy fuerte y atontaba tus sentidos. Pero siempre decías que habían conseguido aportar a aquella vela la cantidad de esencia perfecta.
Te acercaste a mí, lo sabía por el gusto a café de tu piel, que tantas veces había saboreado, y que ahora podía sentir con mi olfato. Resultaba casi mágico como se veían amplificados mis sentidos. Me diste a probar algo extremadamente dulzón, pero de textura suave. Era nata. Me encantaba la nata y, sin embargo, ahora me parecía cargante.
Con una de tus manos tiraste un poco de mi mentón para separar mis labios y explotaste algo sobre ellos. Pegué un brinco al notar como el ácido bajaba desde la lengua hasta la garganta.
No pudiste reprimir la risa, había sido muy cruel por tu parte exprimir un limón sobre mi boca después de la nata. Me retorcí un poco y conseguí liberar mis muñecas. Me quité el antifaz y vi cómo te doblabas del ataque de risa. Decidí cobrar mi venganza torturándote sólo un poco a base de cosquillas.
– No era precisamente esto lo que tenía en mente cuando te dije que quería ponerme en tu lugar – confesé tras las carcajadas.
– Quería que disfrutases parte de mi mundo, como me pediste, no deseo que te compadezcas de algo que nunca podrás comprender.
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