En la miseria,

los míseros de tradición

se vuelven fuertes

y despiadados.

Los que nos estrenamos

en estas lides

somos frágiles,

cada vez

más pequeños,

más invisibles.

Después de cada no,

estás más rota

viendo cómo la vida pasa

ajena a lo que eres.

Te das cuenta que sólo fuiste.

Eres alguien

en la soledad de tu cuarto,

donde tu miseria es tan grande

como tu desdicha,

y donde las lágrimas brotan

incrédulas e involuntarias.

Donde

te tragas el orgullo,

por si alimenta.

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