SERVICIO NACIONAL DE MIGRACIÓN

SERVICIO NACIONAL DE MIGRACIÓN

La mañana empezó como de costumbre; me levante a las 5:00 de la madrugada, consciente de la decisión por parte de la autoridad. No era la primera vez que me sucedía. Por lo menos, ya había cobrado el 90% de mis honorarios; obviamente la cliente, no terminaría de pagarme el resto, puesto que a partir de la notificación, solo contaría con siete días para dejar el país. Pero como dije antes, ese ya no es mi problema. El trafico estaba pesado como de costumbre, y por un momento, «sin quererlo», me imagine lo difícil que debió ser para mi cliente llegar a la ciudad, sin un transporte. No recuerdo muy bien su nombre. Mi secretaria se había encargado de elaborar el escrito de apelación, y solo me limite a firmarlo; después de todo, ya sabía que lo iban a rechazar. 

Llegue al imponente edificio de columnas rojas y fachada blanca. La sala principal estaba atiborrada de personas de todas las nacionalidades, cada una con sus propias historias, con sus propios sueños y sus propios miedos. Mi clienta, estaba sentada en una de las bancas esperándome; tenía unas 12 semanas de embarazo, o creo que eso, me dijo en una ocasión. Puse la mejor de mis sonrisas al acercarme. Ella estaba bastante asustada, como era de esperarse. La solicitud de trabajadora domestica, ya había sido rechazada dos veces, y hoy, sería rechazada una tercera vez, por lo que, no le quedara más opción que regresar a Nicaragua, en donde las «Maras» la esperaban para cobrarse un supuesto servicio.   

– ¡Muy buenos días…! – Salude con un falso optimismo; hasta que recordé, que no recordaba su nombre. Me sentí como un idiota; justo como cuando estaba en la facultad de derecho, pensando que la justicia era equitativa. Ella, espero un momento, dándome la oportunidad para recordar, y entonces lo recordé. – ¡Buenos días Mónica! – Repetí, fingiendo que lo tenia todo bajo control. 

– Buenos días licenciado, – contestó; evidentemente preocupada por la situación que estaba experimentando. O tal vez, fuera solo el embarazo. En lo personal, no me interesaba. – Licenciado, que pena con usted, casi lo olvido. – Musitó; mientras tomaba su cartera, y me entregaba en un sobre, el 10% restante de mis honorarios. – Usted, hizo un gran trabajo; sé que hizo todo lo que pudo. 

– No se preocupe, Mónica; todo va a salir bien, – mentí, y acto seguido, me guarde el sobre en el bolsillo interno del saco. – Esto es un mero trámite; en la apelación, he sustentado su situación jurídica, y el peligro que representa para su vida, regresar a Nicaragua. – Mentí nuevamente, y con tanto descaro, que estoy seguro de que mis profesores de la facultad, estarían orgullosos solo de escucharme.   

Mónica, pasó los siguientes treinta minutos, contándome las peripecias que debió pasar para llegar a la ciudad; me recordó por octava ocasión, que trabajaba en una casa en el campo, y que le había costado muchos sacrificios y esfuerzos, reunir todo el dinero para costear mis honorarios, y así, legalizar su estatus migratorio. Por supuesto que puse mi cara de genuino interés, «eso también lo aprendí en la facultad», mirar a una persona a los ojos, sin realmente prestarle atención. –…que más da, esto acabara pronto…– reflexione; y justo en ese momento, noté la pequeña foto, que Mónica apretaba entre sus pálidas manos. No pregunte antes, porque asumí que debía tratarse de algún Santo regional. La gente, por lo general, migra por muchas razones, pero nunca dejaban atrás a sus santos y deidades. Al llegar a un nuevo país, llegaban también con sus creencias.

– Esa es una imagen muy interesante, – señale la foto en sus manos. Ella observó la imagen, no con devoción, sino con nostalgia. 

– Son mis abuelos, y el muchacho, es mi padre, – aclaró; entonces observe mejor la imagen, y el santo de piel oscura, se volvió un señor humilde vestido con ropa de campo. La mujer de piel blanca, se torno en una anciana pequeña con la piel arrugada, y el hombre con mirada estricta, se convirtió en un adolescente, con uniforme escolar. – No los conocí; a ninguno de ellos, – agregó Mónica; con la mirada fija en el adolescente. – Mis abuelos, y mi padre, murieron intentando llegar a este país. 

Guarde silencio, pensando en la trágica suerte de Mónica. No necesitaba que me explicara su historia, ya que probablemente, era la misma historia de todos los que estaban esperando una oportunidad en aquel edificio. Me imagine a Mónica, como una niña inocente, llegando ilegalmente por la frontera, tomada de la mano de su madre. Me imagine a sus abuelos y a su padre, siendo asesinados en la peligrosa frontera. Pensé en todo lo que ella había perdido, y en todo lo que perdería de aquí en adelante. Me la imagine regresando a Nicaragua, a un país que ya no reconocería, con las Maras, esperándola, para cobrar las deudas de su familia. Me descubrí llorando, sin entender realmente la razón. 

Usaron el alta voz de la institución para llamarme, y no fue, sino hasta la tercera ocasión, en que caí en cuenta que me estaban llamando. Mónica, me vio llorando; pero me apresure a mentir, como siempre, asegurando que el polvo en el viejo techo de aquel edificio, era el culpable. Me levante, y fue hacia la ventanilla 21, del 45 ventanillas de la institución. El funcionario, ni siquiera me dio los buenos días, se limito a tomar el expediente, y sacar la resolución que decidía el futuro de mi clienta. «SE RECHAZA»… Rezaban las palabras en grande al final de la página.   

– Creo que podemos arreglar esto, – dije, mientras sacaba mi billetera, consciente que aquello me costaría mucho más de lo que había ganado. El funcionario, me miró ahora con más atención. Me imagine a mis viejos profesores de la facultad, burlándose de mi viejo yo, el mismo que creía que la justicia debía ser equitativa.  

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