«Pagí, mejoj ciudad der mundo», decía siempre con nostalgia Ninón sentada a la barra de El Mundial con sus piernitas cortas colgando de la butaca giratoria. Sí, sí, – se reía Pedro desde detrás de la barra- : «la mejoj der mundo». Esa sorna mataba a Ninón, que furiosa soltaba toda clase de improperios en francés abriendo exageradamente su enorme boca de labios perennemente pintados de rojo rabioso.

_ Tú noj entender nada…¡tú no sabegs lo beya que es la ciudad Luz!

Ninón había llegado muchos años atrás, cuando aún sus pechos eran bellos y firmes como consecuencia de que ni siquiera siendo hermosa, podía sobrevivir en las calles de un Paris devastado. Por eso se embarcó con Jean, su único amigo de verdad, que como buen aventurero un día le dijo: ¡Vámonos Ninón! Aquí no tenemos nada que hacer. 

-¿A dónde? – preguntó Ninón -. Todo está destruido.

-¡No! ¡América no! Vayámonos a un lugar que sea bonito a empezar otra vez y poniendo un dedo  haciendo girar el globo terráqueo que tenía en su cuartucho, fue a parar a un país pequeñito, con forma de corazón. ¡Voilà! Y encogiendo los ojos para ver mejor leyó: Uruguay…. Cést pas mal… ¿tu connais? Jamás habían oído hablar de ese país ninguno de los dos y eso mismo fue lo que les hizo aceptar de inmediato la idea de ir a esa manchita que se apreciaba entre dos colosos. 

Lo demás, como siempre: papeles y más papeles y se embarcaron en un barco portugués dos meses más tarde que salió de Marsella. Todo era ilusión. Ninón se sentía segura al lado de Jean; era el único hombre que había conocido en su vida – muy feo, eso sí -, que nunca le había pedido nada y que nunca pretendió acostarse con ella ni pagando ni sin pagar, sólo compartía su miseria diaria y eso era todo lo que ambos se pedían.

Llegaron y la primera impresión fue maravillosa. La Tacita de Plata le llamaban a Montevideo. Pronto los acogieron en una especie de Hospital – Pensión donde al menos tenían una cama limpia y un caldo caliente. Estuvieron allí pocos días, ambos consiguieron trabajo al poco tiempo.

Todo fue rodando bastante bien excepto en una cosa: Ninón no contaba con que una rápida enfermedad se llevaría para siempre a Jean dejándola sumida en la más profunda de las tristezas y lo que es peor, sin poder pagar el cuarto de pensión que compartían . Su sueldo como limpiadora en una fábrica de alpargatas  no daba para mucho. Sólo quedaba una cosa: volver a la calle. Seguía siendo bella, además, era exótica para los uruguayos por su pelo tan rubio, su tez tan blanca y unos ojos marrones muy expresivos.

Con estas rondas que hacía cada noche, completaba su sueldo de limpiadora.

Pero Ninón, a pesar de todo, era una mujer con suerte. Un día conoció a Germán , – el García-, como le decían todos en El Mundial donde trabajaba como camarero y se fue a vivir con él. Dejó la calle.

Pasaron años en los que su única distracción era irse a la barra del Mundial por las noches, cuando ya el turno del García llegaba a su fin y luego volvían a casa; ella con sus pasitos cortos de tacones altos ( siempre fue muy coqueta) y él enganchado a su brazo. Pero esto también terminó. Sí, el García se le murió. Como no estaban casados no tenía derecho a pensión alguna. Ninón ya tenía 47 años pero seguía teniendo los pechos firmes aunque más redondeados, los ojos brillantes y su tez aún estaba bien a pesar de las arrugas que ya comenzaban a hacer de las suyas. 

A los tres días de morir el García, se pintó un lunar a la derecha de su labio superior izquierdo, se oxigenó las cejas y se tiñó el pelo tapando las canas que ya habían aparecido y se fue a «hacer la calle». 

¡Venir de Paris para esto! – Se decía -. No había otra. Eso era lo que tocaba y eso es lo que hacía. Eso sí, no renunció nunca a la barra del Mundial cuando terminaba su  jornada que podía ser a las tres de la madrugada. El Mundial no cerraba nunca. Se sentía casi contenta cuando podía a esas  horas, comerse un buen filete y beber luego su caña, una especie de grappa italiana pero dulzona, típica del país.

Todos la conocían. Algunos la apreciaban. Otros se burlaban . Estos últimos crecían en número a medida que Ninón cumplía años y andaba  ya por los 76 y los pechos le llegaban a la cintura aunque intentaba disimularlo. La barriguita incipiente de hacía unos años era ya una tripa desagradable que le caía sobre las ingles. Sus manos de dedos nudosos y manchas enormes de color marrón terminaban en unos dedos con uñas pintadas de color rojo escandaloso como sus labios que ya, por las arrugas que los circundaban , tenían toda la pintura corrida creando en su rostro una expresión de payaso herido.

Pobre Ninón. Sobrevivió a los bombardeos, a la calle, a alguna paliza que otra, pero lo que  más le dolía era saber – porque lo sabía perfectamente-, que su final estaba próximo y que no volvería a ver su ciudad Luz, con sus grandes avenidas, con sus cabarets…, porque …. Pagí es la mejog ciudá der mundo.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS