La idea del confinamiento, lo asocié a mis últimos años en una casa para ancianos. Alejado de nietos, hijos, nueras y esposa. Esperando un final inexorable.
No es igual a esta cuarentena. Es parecido, con la ventaja que sé, que todo volverá a los tiempos de compartir, todos juntos, a esta gran familia. Otra de las ventajas de hoy, es la de poder comunicarnos a través de video llamadas, de WhatsApp, Skipe o Zoom, No es lo mismo ver a los nietos, que poder abrazarlos, estrujarlos y jugar con ellos. Ponernos a su altura y compartir sus juegos, es maravilloso. Dibujar, pintar, ser cómplice de sus aventuras, es rejuvenecer.
Rejuvenecer sí. Sé que es algo que nunca sucederá biológicamente. Con el paso del tiempo de la cuarentena y obligado por el invasor , comencé a sentir una nueva y agradable sensación lejos del confinamiento. Me estoy convirtiendo en el niño que deje de ser muy tempranamente, urgido por responsabilidades que requerían mi proyecto de vida. Me hice adulto y me olvidé de jugar. De volver a ser un niño despreocupado, hasta irresponsable y dueño de todo el tiempo. Experimento el no tener a disposición el reloj. Solo el límite biológico me obliga a cumplir ciertas cosas, que hoy siento, como cuando era pequeño, que no eran tan importantes: comer o dormir.
El cuarto de herramientas lo convertí en el taller de los sueños. Cada maderita cortada y pintada formó la sociedad para los proyectos y la concreción de esos sueños. Cada rueda, cada parachoques, luces y volantes. Un alhajero en forma de corazón con tapa y amarre me llevan a ese mundo maravilloso de los mas pequeños.
Dos camiones, hasta con portaequipaje y una caja mágica me unieron muy profundamente a mis nietos Luz, Valentino y Laza, a pesar de la distancia.
Podemos jugar unidos, de igual a igual, como niños que somos.
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