No contaré un relato de ficción, pienso hablar desde adentro, sin más drama ni llanto que el hubo en ese momento. Justo este mes cumplí cuatro años de haber dejado mi país y rememoro aquello que escribí en aquel vuelo comenzando el 2016: “Entonces así sabe dejarte atrás, mirar por la ventana con la certeza de no ser uno más de tantos viajes, con la incertidumbre de una nueva vida. Nadie exageró acerca de ese sentimiento de nostalgia, mezclado con rabia y esperanza.

Porque sí, todos alguna vez soñamos con irnos lejos por un tiempo, pero nunca así, nunca a la deriva como si te estuvieran corriendo de tu casa, como si el país que te vio crecer ya no fuese el mismo… Hoy me sumo a la lista de tantos jóvenes que van huyendo de tu nido…

Hasta pronto a todos aquellos quienes no me dio tiempo de decir hasta luego… En algún lugar del mundo nos encontraremos.”

Aquella fue una carta a mi país natal, a una Venezuela destrozada que desde la distancia y el tiempo se me hace lejana y desconocida, como una mala pesadilla de la que logré escapar. No imaginaba que haría de México mi hogar, que acá sembraría mis nuevos recuerdos, mis nuevos amores, que mis nuevos amigos se convertirían en familia, ni mucho menos que mi carrera despegaría haciéndome cumplir muchos sueños. 

Hoy abrazo a la Alexandra veinteañera sentada en ese avión llena de dudas, abrazo su decisión, trato de que escuche mi susurro; que sepa que todo estará más que bien, que habrán momentos duros, que habrá llanto, pero que no estará sola.  Quisiera que sepa también que quizás el miedo no desaparecerá del todo, que mucha gente no le creerá, porque el mundo puede ser así de duro e hipócrita convirtiendo a las víctimas en victimarios; pero que sepa que esa es parte de su misión, levantar su voz y hacer saber su historia y, la de cinco millones de migrantes venezolanos que huyen de un régimen dictatorial que sí, es de izquierda, que sí es socialista, que sí es comunista, o quizás de las peores versiones de todas las radicalizaciones de este siglo.  

Que no tenga miedo, que el camino es largo y cansado, que cuando escuche nuevamente discursos de odio similares a los de su infancia, sentirá que viene del futuro; que quizás tenga que volver a desplazarse, pero que tanto ella como yo sanaremos en libertad. 

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