Nosotros, la tripulación de cabina, sabemos que esta primera noche va a ser la peor. Hemos dado a los niños una cena ligera para que duerman sin sobresaltos. Pero algunos ni han probado bocado. Los hay que lloran en silencio y los que se giran enfadados. No entienden por qué no están aquí sus padres y a nosotros nos toca explicarles. Yo miro de reojo por la ventanilla mientras consuelo a una niña. Nadie duerme. La Tierra, ya muy lejos, es una almendra pelada y seca, y el cielo, por la angustiosa cercanía del sol, un último fogonazo sobre los párpados.

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