MOVIMIENTO DEL DESTIERRO

MOVIMIENTO DEL DESTIERRO

Abdala

16/04/2020

Existen muchas maneras de marcharnos, de movernos de un sitio a otro, de migrar – si se quiere satisfacer a los que necesitan categorías definidas – aunque no del todo abarcadoras. Hay movimientos desgarradores a punta de fusiles, con saldos de niños muertos al borde de un océano de lágrimas televisivas. Hay latidos que se mueven despavoridos ante la inclemencia de la naturaleza o ante la indolencia del hambre, hay tantos que no alcanzan las normas para contenerlos y en su lugar ofrecemos «ayuda humanitaria», pero siempre de lejos, detrás del muro «salvador», como una especie de hipocresía del amor o crédito a un paraíso hipotecado.  

Y luego está ese movimiento brutal, a cuenta gotas, el movimiento de los que despertamos  con la Patria secuestrada y en la búsqueda de una bocanada de cordura solo nos quedó el exilio. Destartalados han quedado los intentos por recuperarnos como sociedad, se han borrados los linderos de la libertad bajo el manto tendenciosos de la más segura de las inseguridades y el silencio de un rebaño envejecido y triste se convierte en la sinfonía del dolor de aquellos que partimos.

La vida se convierte en fotogramas de afectos que se borran de un tirón y aparecen dibujados en tonos ocres, abriéndose paso en el muro de los recuerdos de tu nueva latitud. En las noches de muchos frío, sentado bien cerca de la nada, le hablas a los abuelos idos, esos que laten muy dentro tuyo. Y cuando la puerta se cierra, después de soportar miradas que desafían la gravedad y rostros que se endurecen al escuchar tu acento – otrora orgullo de tu identidad – faltan las manos cálidas de la madre y se van ahogando las penas en un silencio cómplice, en la dura realidad de un «canario amarillo que tiene el ojo tan negro», recordando al maestro.

¡Era esto lo que querías! – escuché al pasar el otro día.

No se trata de elecciones, se trata de decisiones, se elige cuando se tiene la posibilidad de evaluar riesgos y beneficios, se elige cuando se tiene el regreso seguro y no es el caso. Aquellos que saboreamos el áspero dulzor de este movimiento sabemos bien que no se trata de elegir, sino de vivir. 

Se produce una metamorfosis del espíritu en los dichosos desdichados que logramos movernos de este modo, una coraza de cicatrices borda nuestro interior, traicionado por propios y foráneos. El peso de la exclusión lo acomodamos en el rincón que se cubre con la gratitud de una o dos manos amigas y nos movemos, no se si avanzamos, pero nos movemos y conquistamos. Pronto comprendemos que hemos migrado en dos dimensiones, la tangible ( boleto, balsa, avión o muros) y la intangible ( sentimientos, nostalgias e identidades). Este tipo de movimiento no admite regresos, su principio rector es el desarraigo absoluto que se sostiene con los suspiros ahogados y las sonrisas a medias si escuchamos una canción nuestra, de otro tiempo, de otro yo.

No se trata de egoísmos, no pretendo comparar los movimientos, solo muestro el que he sentido, el que he vivido, ese que se repite en las experiencias de cientos de miles de patriotas de tierras secuestradas. Un espacio de silencio para aquellos que han caído mientras ensayaban el despertar, aquellos que llenaron de agua salada sus pulmones y se fueron al movimiento eterno, del que nada sabemos.

¡A esta altura sabrás que soy cubano! – nací en una tierra de gente noble, educada y talentosa. Una tierra secuestrada, devastada por los abyectos, una tierra de hijos exiliados y abuelos que mueren sin un nieto que sostenga su brazo. 

¡Puede que un venezolano hoy comparta mis palabras!

Y nos movemos, y este movimiento no termina cuando llegamos a una tierra generosa, permanece, te transforma todos los días. Según he oído a los mayores, te acompaña a tu lecho de muerte y te despide, no se trata simplemente de moverse pues no se trata de elegir. Hay una valentía intrínseca en romper los lazos y lanzarse al vacío, a la incomprensión, a la crítica obscena y hueca. 

Y cuando piensas que ya nada te puede dejar cicatrices, un ser pequeño nacido de ti, en otra tierra, encuentra ajena tus costumbres y un latigazo te recuerda el precio de la valentía. Entonces entiendes que las dos dimensiones son tangibles, que la naturaleza de los hechos han moldeado tu presente y tu futuro no parece aquel soñado ingenuamente en las tardes de verano, dentro de tus muros, a través de tu pantalla. 

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