Acostado en mi cama, visualizo los sesenta y ocho escalones por los que descenderé. Bajaré con ilusión; palparé con las manos la rugosidad del gotelé desfasado que decora las paredes; me detendré en cada rellano y tocaré a las puertas de mis vecinos para despedirme. ¡La calle! ¡Las losetas de mi acera y el asfalto de la carretera! Ya casi oigo el ruido de los coches y el bullicio que en los parques reina. Solo me quedan infinitos rezos, y abandonar esta silla de ruedas.
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